sábado, 21 de julio de 2012

El primero de la noche (corto cuento que contar)


Él quiso hablarle dentro de ese bar y se planteó horarios para poder tener más eficacia. Era algo muy ambiguo plantearse la meta de tres horas, debía de poder hacerlo antes de las dos de la mañana, cuando no estuviera tan sobria pero lo suficientemente lúcida para sonreírle, por lo menos, mientras se acercaba dubitativo hacia su grupo. La hora se cumplió, el ebrio era él y ella parecía tan intacta a lo lejos y aunque contó mentalmente las cinco copas de diferentes componentes durante la noche, no parecía muy alegre ni muy triste, estaba tan inmaculada como había entrado, ni despeinada ni inquieta, sin la pizca de coquetería con la que contaba para el acercamiento. Reteniendo el miedo entre las entrepiernas y con ganas de mear se acercó muy temeroso, con el corazón atrapado en un zumbido de roedor que muy dentro de sí era placentero para su minúsculo ego.

-Eres linda ¿sabes?

Fue todo el cortejo. Mientras ella se alejaba con su grupo de amigas, destrozado volvió a la barra y pidió otra copa, lo atendieron rápidamente. Dos horas después y con cinco copas huérfanas de líquido salió y en la puerta se topó con ella pero esta vez más beoda. Estaba sola con la cabeza semi agachada y con notorios síntomas de desahogo intestinal. Él quiso pasar por su lado sin ver. Ella habló cuando ya estaba con el primer pie sobre la grada nácar.

-Oye ¿te parezco linda verdad?-

Y aunque por dentro solo quería escapar…

-Claro, incluso viendo tan poco en este estado puedo saber lo linda que eres.-

Volvieron, se sentaron en la barra nuevamente y charlaron un poco antes de empezar con los besos que aumentaban con el rigor de la necesidad y de las respuestas ilógicas. Ambos salieron  y antes de tomar el taxi al hotel vieron  el pequeño haz dibujarse entre las sombras y el naranja de los postes, la línea multicolor que baña la niebla elevada antes de que salga el sol. Como vampiros entraron en el primer auto sin saber si le tenían más miedo al día o al término de la noche. Ya en la habitación todo alcanzó el primer polvo que determinaba el éxito sin importar la felicidad o el estallido interno. Inmediatamente luego del acto se desparramaron uno con el otro, cobijándose en el calor paria, en el sudor cómplice del momento. Se habían rendido luego de lograr la victoria o algo parecido al confort de la cama caliente. Contra toda lógica, ella despertó sola.




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