martes, 2 de agosto de 2011

Sólo quería una fruta, no era el que se cogía a su ficticia mujer por las mañanas.

A veces era tan pesado en sus remordimientos, con cada grado de frió descendente pensaba en lo helado de las almas y de la propia muerte, tan jodido es estar muerto como haber matado se repetía, oxidado ya en su catre generacional se tapó con un mantel que usaba de colcha y mirando  por la ventana de un pie de largo quería ver el patio pero la oscuridad y la falta de luna tapaban sus maldades. No pudo dormir, más inútil es ocultar el temblor frotándose los brazos, temblaba y tenía miedo, de la muerte en primavera. Carajo el tipo quería un durazno y se largaba, solo debía esperar que lo cogiera antes de descargar el brazo y cortar el aire mientras veía lo mantequilloso y fácil que es traspasar un cuerpo. Luego, los otros dos machetazos fueron de piedad, para que no sufriera el hambriento que empolvaba la fruta y caía en silencio y calladito se quedaba mientras su rio sanguíneo daba al pequeño pozo de donde beben las palomas y que se escarcha hasta la quietud cuando es enero. Ahora ahí con el mantel en los hombros siente las migas de sus abuelos, su vida manchada y al mundo se le forma una pátina como pintura vieja,  se siente inicuo y quiere verlo por la ventana pero la luna no deja porque está noche no le toca y desde la mañana el pobre tipo está seco de sangre tirado en mitad del campo y no era aquel que pensaba solo era uno que no importa y que desde ahora jamás dejará de importar.  Si sale teme percibir el olor de su muerto y más aun cree que nunca en su vida podrá oler una fruta incluso podrida.
Es presa de sus libertades y ahora solo debe imaginar la mano con el durazno a punto de ser devorado, quietos esos dos en el tiempo y el friolento desierto de esa noche presiente que esa mente trabajará mucho antes de dormir.

1 comentario: