domingo, 15 de abril de 2012

“Esa naturalidad que se te da para decir idioteces..” (Diálogos monótonos)

Dependiendo del estado en que uno esté, siempre podremos identificar al caballo animalejo que adopta las posiciones más estúpidas dentro de una conversa. En otro término: siempre hay un webón que habla estupideces.

Es claro que existen tipos y factores que revelan a los idiotas en una reunión, tertulia, encuentro, fiesta, cita, plan o un simple cruce de miradas. Ahí está el idiota que te rastrea para adormecerte con un análisis sesudo, para hablar de su nueva adquisición o su punto de vista del actual gobierno.

Obvio es que si somos dos frikis que encontrándonos a la salida de un centro de juegos el primer tema a tratar será el mismo y nos pasaremos las horas preguntando de niveles, razas, tipos, maná, etc, caminaremos conversando de antiguos artefactos y nos burlaremos de sistemas de juego y demás hasta llegar a casa, entrar en el cuarto y pensar “que buen conversador soy”.  El problema radica cuando atrapamos a un tercero: un normal de peso medio y de IQ igual o más a 80. Este de inmediato se indignará de tanto dato y vendrá a escribir un post similar si es que su indignación lo deja.

Los sujetos hablan huevadas, están por todos lados, incluso he de ser consiente que uno lo es a veces cuando no toma real advertencia de su entorno y se suelta una inocente diatriba entre un grupo que toma un tema enserio. Vital es defender tus ideas pero tonto es soltarlas donde sabes que podrías provocarte una fractura. Cosas como “el metal es mierda” en un bar dark, mentar a cualquier reguettonero en medio de una disco de cinco lucas, decir que “el fortachón de la esquina usa esteroides “ en medio de tu rutina (el castigo llegará cuando estés en las duchas), insinuar que la hermana de un amigo está fuerte en pleno cumpleaños de su viejo y cosas así. La sinceridad es buena en circunstancias que te permitan cuadrarte bien para lo que venga o que te den cierta ventaja o ventana para que corras.

Están aparte los filósofos de cantina, los pensadores de vaso o analistas de chapita, los que con media caja discuten de cosas que no vivieron (Odría, Velazco, Hitler, el Cenepa, sismos, huaycos, los Mayas!)  o que discuten de lo que creen que vendrá, osea: “ya verás en cinco años vamos a estar sin ropa, sin trabajo, sin hijos por tanta basura, sin plata” y sentenciarán la declaración con el ya mítico “como con Alan pues”. Claro está que los queridos pensadores dejan la política pura, las estrategias militares, los datos estadísticos, la cruda y pendeja verdad para cuando estén muy mal, justo antes de que empiecen con las canciones Carmencita o Abanto Morales. Está por demás decir que las idioteces salen con más fluidez en lo etílico del momento.

Más cerquita, y sin tanto olor a ron, encuentras al florero de plata, el que hace pana del nuevo sistema de rastreo de su reloj Akita, el que muestra el Samsung Galaxy y usa el GPS para buscar su casa de noche. Tipos que ofenden el intelecto con máquinas que compensan su ubicación y raciocinio. Aquí están los que actualizan estado cuando se sienten con confort: “Comiendo un cheese con la loca Pinky”, “Rumbo a la juerga con el Tomate”. Webadas que se satirizan  por el hecho de  hacer público su destino. Amantes de los caracteres y del puto pájaro azul que se gana toditos mis: “que chucha me importa”.

Está, por no ponernos al final, el que asiente con la cabeza mientras otros hablan de cosas que nos generan repudio, en mi caso el fútbol me hace asentir y nombrar cosas que oigo por ahí. Aunque para mi CR7 me parezca un simple captcha diré que es bueno pero sentenciaré que mejor es la pulga aunque la única que conozca toque en los RHCP, todo esto para que no me veten y sigan pasándome el vaso, claro está también que jamás me quedó en un lugar donde hable todo el día del balón amigo amigo de Oliver y enemigo de Bruce.

Están los abominables que usan de pésima forma el doble sentido, los que desbaratan una buena broma, los que satirizan mal, los que creen que son líderes y guían a la manada, los que adoptan posturas para sentirse “chéveres”, los que todos les llega al pincho y solo hablan para joder los planes, los que repiten el chiste una y otra vez y los que chismean cosas que no tienen importancia, los spoiler que nos joden las tramas y los pendejos que sueltan noticias escatológicas cuando estamos comiendo, los mierdas que dicen que ya pusieron antes de que llegáramos al bar, palabras tras palabras que nos irritan y nos agobian, que nos piden  un guillete para sacarles la lengua y ofrecérsela a la ciudad. Todos la jodemos alguna vez, hablando huevada tras huevada nos formamos y nos conocemos, nos hacemos hábitos y formamos defensas extrañas, códigos que callan, palizas de silencio que nos hacen decir mentalmente: “carajo no diré más”, acto seguido será avanzar con el grupo sintiéndose un idiota hasta que el del costado la vuelva a fregar y nosotros listos ahí con la mandíbula abierta.

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