miércoles, 14 de enero de 2015

De cada quién, de cada cual (Inspección del sueño cliché)



Nos movemos como todo lo que toca morir. Nos morimos con cada paso pero lo hacemos con ganas y algunas veces con estilo. Tratamos de complacernos día con día, nos mantenemos de pie por una promesa, una forma de pensar o un simple sueño que al margen de lo posible crece y crece mientras nuestra vida se va y se va.
Mientras compraba un pasaje para Timbunalaya, sonreía. Abordó  el avión.  Luego de algunas horas de suposiciones y mala comida llegó a esa nueva tierra. Todo lo que hizo en los siguientes días fue adaptarse rápidamente a ese clima frío y con muchas lluvias. Las primeras semanas la sonrisa muy notoria se aparecía en cada lugar nuevo que descubría. Cada momento  pensaba que estaba ya en Timbunalaya hogar de los mejores trapecistas del mundo. El vino a eso, a volar mientras la gente lo veía, a que lo notaran como un astro del aire, a que lo vieran en un espectáculo y le ofrecieran un contrato en algún centro espectacular, a que se lo llevaran por todo el mundo, amigos artistas incluidos,  que brillaría todo luego de tanto esfuerzo. Quería ser feliz mientras los demás abrían la boca para verlo entre piruetas. Años después todo el mundo lo podía ver detrás de aquel módulo de ventas de una de esas gigantescas inmobiliarias de la fría Timbunalaya.


Pudo ocurrir de muchas formas, una mala pirueta, una lesión en una audición  muy a lo Hollywood, tal vez empezó de la mejor manera pero nunca llegaron esos ojos que le ofrecieran el éxito, pudo haber ido con un talento sobreestimado o tal vez nunca llegó siquiera a demostrar lo que quería. Tal vez en una de esas calles, mientras todos andaban tras su vida soñadora o no, se dio cuenta que la sonrisa no se reflejaba ya en las vitrinas, que lo que vino a hacer no era lo que debía hacer, que era un niño y que luego maduraría pero mientras tanto ya estaba allí, así que intentar probar suerte no estaría mal. Tal vez aplazó las fechas. Tal vez tuvo mucho miedo y se mariconeo o tal vez fue tan valiente de aceptar que por dentro no era tan especial como se creía. En  el módulo cerró el portafolios y salió a comer, si fue feliz nadie lo sabe pero se adaptó tan bien que parecía estarlo. Lo dejamos ahí, comiendo una comida rápida, riéndose con los amigos del trabajo, muy Hollywood y todo eso.

No llegamos a saber, casi nunca, si lo que anhelamos está a la par de nuestras habilidades o destrezas, el carácter enorme y lejano del sueño nos nubla la lógica, nos opaca desde lo alto, nos deja una sombra a la que muchos se acostumbran. Nuestros sueños aparecen como una nube que nos inquieta, que nos mueve y motiva, que muchas veces se traga nuestra vida y que algunas pocas se pone a la altura, luego de mucho correteo, para dejarnos subir y hacernos notar que lo que queríamos es demasiado para nosotros o es muy poco; que siempre hay algo de cielo más arriba.

Todos tienen sueños que contar. Todos tienen su perspectiva de esa nube, a todos nos tapa día a día. Algunos de los que ya están arriba nos dicen que es de putamare y que sigamos buscando la forma de subir, otros se han ido tan arriba que lo que dicen suena muy difuso, de vez en cuando vemos descalabradas mágicas y cráneos partidos por una caída estrepitosa. Aun así desde niños todos queremos trepar. Todos vamos a la mala y sacamos pasaje. Luego, contar nuestra historia es por demás irrelevante. Siempre habrá un motivo para empujarte  a hacer lo mismo o para no ser tan idiota. El pasaje para Timbunalaya ya lo he comprado, aún veo mi sonrisa cuando me topo con un espejo mágico, mi historia aún no se pone tan Hollywood que digamos.

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