martes, 17 de febrero de 2015

Calladito nomás (efectos secundarios del bossa y la ciudad )

Callar, al parecer, es algo controlable. Es sorprendente el tiempo que uno puede estar en silencio si no hay contacto humano obligatorio. Hasta se puede olvidar el sonido de nuestra propia voz en un par de días de ermitaño. Entre lo poco que articulo están el buenos días de esta mañana que le decía a la vieja casera que tiene tanto de mierda como de años. La voz para ese saludo me salía rasposa, rancia, raspando mi garganta y dándole un tono lúgubre a un saludo mañanero. No me ha importado porque la detesto y a los infelices de sus hijos que aúllan toda la noche también. He estado en silencio viendo la tv, luego he reído pero la risa es otra cosa, es reconocible, inalterable y siempre sincera cuando se está solo. Del otro lado los saludos de la tarde a las meseras que atienden en el lugar donde como y el gracias respectivo. No he hablado más allá de eso y el sonido que ando recordando se entremezcla. Pensar que hago que canto y no escuchar mi voz hace días es contradictorio, tanto como mis posturas y prioridades. El hecho es que he estado en silencio por algo de tiempo, silencio literal, y empecé a sentir cómo las palabras se te trepan como humo de cigarro, te adormecen y en mi caso, cuando retengo demasiado,  dan mucho sueño y vaya que he dormido en estos días.

Tengo unos cigarrillos al costado de la poca comida que almaceno. No los prendo por pura desidia, no fumo y diría como antes, no hay necesidad, no hay por qué, no hay por quién. Ahora pienso en el humo como un ente que tiene que irse de la ropa y las cortinas que conviene más cuando no lo haces donde vives. Espero eso cambie.

No le he temido tanto a la ciudad como esperaba, más le tiemblo a las líneas que no avanzo que se quedan quietas en medio de la noche, que se meten en mis bolsillos y aprovechan cada semáforo en rojo para bajarse e irse con el primer bus que vaya por la Universitaria. Esto se ha vuelto un deporte, quién escapa primero de quién. Quién está más lejos del otro. Hasta este punto ha llegado la idiotez de pensar que alguien gana en una competencia donde el premio es estar alejado de uno mismo. Afuera han estallado las risas, seguramente ellos también las reconocen. Risa de bruja y aplausos de cantina. No los critico. Son celos, los más puros y más sinceros que he tenido.

El cuarto me entusiasmaba desde el principio y el hecho de quedarme todo el día no me había incomodado ni lo ha hecho hasta el momento. No le huyo a este espacio cerrado, lo trato como hábitat y tumba pero como hace días mencioné también me obligo a salir y dar una vista a la ciudad que sin tanta gente me gustaría algo más. También he visto al mar como un cómplice desde el principio, lo visito poco pero se me trepa al instante por un buen tiempo. Me gusta el recorrido larguísimo de los buses, del tránsito nada silencioso sellado con el movimiento de los cuerpos. Soy consciente que nadie se mueve conscientemente en este mundo. Respondemos a un timbre, una hora, una alarma o color que cambia. Nos movemos por indicios y pistas. Requiero de viajes largos porque puedo estar lo más quieto posible sin estarlo. Trato que la sonrisa este a medias cuando esquivo. Ayer sin ir más lejos he tratado de ser invisible mientras bajaba hacia la playa. Lo he logrado, ni un mosco ni fastidio. Me ha gustado esa visita pero me ha asustado un poco el ser tan fácil de ignorar. El ego se ha encogido mucho de tanto sudar, las camisas han vuelto a mi cuerpo y el pelo sin forma crece recordándome mejor el tiempo que los noticieros.


De último lado, aunque no lo último por decir, he contado los días que me quedan para volver, para ser el mismo yo que reconocerá su voz cuando vaya al trabajo o haga una nueva canción. Sé del tiempo que toma retomar las costumbres pero las mentes cambian ya sea por influencias de amigos o por influencia propia, esta última es la más peligrosa. No voy a volver en todo la extensión, nunca regresamos enteros de ningún lugar, cambiamos espacios por espacios, olvidamos información programada y la empeñamos por una linda imagen de postal, por un recuerdo nuevo, nos llevamos lo que queremos y con suerte podemos revenderlo en nuestro entorno. Así que estoy esperando volver para extrañar todo esto que hasta ahora no comprendo. No voy por la añoranza ni el destierro, solo quiero hacer la caminata obligatoria que todo ente ha hecho desde un inicio. Hago huellas a la fuerza, por las malas. Son las ganas de querer pensar que he andado mezcladas con la necesidad de un cambio de clima necesario. He armado mis planes como todos y los he derrumbado con este poco tiempo. El sudar mucho puede cambiar a la gente. Por último no he querido ser tan inútil en este día tan silencioso como el resto. He buscado a Joao Gilberto, he dejado correr el disco. El bossa ha calmado a los de abajo al parecer  y es lo único bueno que he hecho en el día, en esta ciudad que no la puedo llamar aun por su nombre, no nos hemos tratado mucho.  

miércoles, 11 de febrero de 2015

Tú, el reflejo y el inquietante tiempo (inevitable reflexión para maduritos del mañana)

Silbas tranquilo mientras vas por ahí, no te percatas que de camino a casa o viceversa has pasado por alto cientos de cosas que coexisten contigo, cosas que no notas hasta que te topas con el espejo, luna reflectante o charco de agua más cercano. Lo que sigue es común y conocido al llegar a cierta edad. Te preguntas por el futuro y bla bla bla. Luego hay una amena cháchara con tu lado despreocupado que sigue silbando mientras hace planes para el finde o quincena. Los expertos recomiendan estacionarse en este punto. Cuadrar la humanidad en un parque cercano, tomarse de la cabeza y lentamente desmigajar el momento para procesarlo mejor. El paso que viene es importante: aceptar la edad  sin (mucha) desesperación, respirar lento y profundo mientras se acepta el hecho. Luego queda lo obvio. Sí, la charla sobre el futuro ha llegado.  

Ya no estás tan niño, todavía te mantienes presente porque las caseras te dicen “¿qué va a llevar joven?”, eso te reconforta pero antes te decían “jovencito” y más atrás eras el “mocoso e’mierda”. El tiempo pasó y vino con algo de respeto pero luego oirás el: “sírvele al tío un ceviche” y sabrás que estás a muy poco de oir: “A ver… asiento reservado pal abuelito”. Han pasado algunos años, carrera a cuestas o no, te sientes, tal vez, cómodo. Una chamba ni tan buena pero no tan mala. Dinerito cada cierto tiempo, aunque otros ganan más y eso te pica pero luego te calmas. Has comprado algunas cosas y el tiempo de pedir plata para el pasaje se ha ido aunque ahora buscas el préstamo para un auto que es la evolución de lo anterior. ¿Metas? Por supuesto. La tienes clara desde hace mucho, sabes lo que quieres, incluso has tazado el tiempo que tomará, has mirado tu almanaque y sobra bastante, así se han pasado que… ¿los últimos 2, 3 ,5 años?

Hola soy Dale nomás, tal vez te recuerden frases como: Renunciaré apenas termine este año,  haré ese negocito apenas encuentre el lugar indicado, de este año no pasa la maestría, etc. ¿Qué pasó?, a donde se fue tanto plan hermoso. Lento pero seguro te has dicho pero entre nos son webadas si la rutina no ha cambiado en más de un año. Hasta panza ha salido y así nos hemos acostumbrado a todo.  A ciertos locales, una movilidad específica, marca de ropa, cosas que ahora podemos pagar y que seguramente luego irán evolucionando. Metas tenemos (no digo sueños porque para muchos es lenguaje de púber) pero ya se irán dando (diciéndolo con tono de futuro inminente) por ahora tenemos prioridades. Y así es, si sacaste un pequeño depa, si te prestaste para la cañita, si invertiste para  tu primer terreno o te gastaste 4 sueldos en una hermosa guitarra (no entra tanto en este catálogo pero pasa), ahora es asumir consecuencias y muchas veces irse al pan y agua, literalmente. En este punto la conversa con tu yo parrandero ha llegado a la seriedad del caso. Pide un adoquín de coco y sigue conversándote.

“Pero las cosas  que compro son  parte de las metas y creo que estoy siguiendo mi camino ninja”. Claro “joven”, has avanzado y si esos son los pasos para lo que siempre quisiste todo esta lectura es una pérdida de tiempo pero antes de continuar tu camino ¿realmente haces lo que siempre quisiste hacer o terminaste adaptándote a un lugar donde no te va mal y es cómodo seguir ahí “por el momento”? Sinceridad ante todo, así que ahora vienen las dudas que taponeaste hace algo de tiempo por las deudas que encontraste con el play4 que necesitabas con urgencia.

“Si todo marcha en orden, ¿Por qué no seguir haciendo lo que sé que hago bien, no excelentemente, no de putamare, pero me sale bien y nadie se queja?. Vivo tranquilo.”  Te has dicho.  Si esto es suficiente para seguir caminando por toda la vida, cierra el post y dale nomás. Pero si aún queda la duda, si hay un hilo sin resolver que te jode el alma y el led de 52” que sacaste, oh coincidencia en 52 cuotas también, no te hace pasar la sensación de vacío y falso piso. Pues es momento de seguir conversando.

Hace unos años, (no muchos para no seguir martillando la idea de la edad) eras parte de algo tan agradable pero limitante: la dependencia. Lograste escapar seguramente pero adquiriste responsabilidades propias de tu nuevo superpoder, Peter. Sacrificaste cosas y plantaste los pies para no caerte, te defendiste bien mientras aprendías pero a costa de no ver nunca más los sueños locos de jovenzuelo alborotado, total eras un “mocoso e´mierda” que estaba confundido. Pero ¿Y si no lo estabas del todo? Bueno seguramente que sí, para no entrar en algo aún más turbulento.

Fue más duro cuando tenías aficiones incomprendidas que fueron mutiladas de golpe por el chispazo de la realidad. Es más fácil confesar de chico que quieres ser doctor o abogado y recibir palmas y libros a decir que quieres ser artista o deportista y ser tratado, en muchos casos, como inmaduro e incapacitado para tomar decisiones por el momento. Luego te la creíste y tú mismo pusiste los parches. Fue lo correcto. ¿Fue lo correcto? Entonces ¿Habemus respuestus? (no sé ni mierda de latín).

Pero en fin crecemos con metas que alimentamos y desechamos las otras a las que dejamos muriendo en algún punto. Nos adaptamos bien a lo que tenemos, aplazamos y volvemos a aplazar, invertimos lo más valioso: el tiempo, en actividades que tal vez nos apasionen o no y ahora viene el balance y es aquí donde cada uno elegirá cómo hablarse o mentirse para subsistir por algo más de tiempo. 

Lo hermoso y perverso de la charla con uno mismo es que puedes patear el tablero en cualquier momento, levantarte e irte. Puedes también inventarte una hermosa excusa para seguir en lo que haces o llegar a la conclusión que estás haciendo tu mayor sueño realidad, cosa rara ya que si lo estuvieras haciendo no tendrías esta hermosa y masoquista charla para empezar.

¿Cuál fue el balance?, ¿Prioridades para las metas?, ¿tiempo para poder salir o entrar?, ¿olvidemos esto y no volvamos a hablar del tema? Luego es terminar esta charla, recomendable es quedar como amigo de uno mismo porque es inevitable que te vuelvas a encontrar contigo en el siguiente espejo o charco que cruces. Queda levantarse y continuar de la manera más sincera posible pero antes de partir, no olvides llevarte la basura de tu chupete “joven”.

martes, 3 de febrero de 2015

Paseito con uno mismo (caminata obligatoria para broncear el alma)

Yo quería un largo camino gris  con áreas verdes de cuando en cuando. Me gusta el asfalto mezclado con el verde artificial puesto a la fuerza para recordar algo que nunca se ha tenido. Me gustaba inmiscuirme en esas calles y sentarme en un parque discreto para abrir un libro, que lejos del cliché, era la única excusa para haber salido de casa.
Nunca he sido mucho de andar con gente, mientras menos haya es mejor, si solo es uno mismo es insuperable la mayoría de las  veces.

No organicé mágicos encuentros en estos lugares ni he conocido sujeto alguno en las escasas veces que mi cuerpo ha decidido usar una tarde para pasarla fuera del hábitat que con tanto esfuerzo he adaptado a mis necesidades. Las veces que me he puesto los zapatos casi siempre han sido bajo una mera obligación hacía mí mismo, como la planta que sabes que tienes que regar aunque creas que su color amarillento va bien con la habitación. Últimamente estoy regando más esa planta y dejo que le caiga algo de sol pero sigue siendo el deporte solitario que a la larga se goza discretamente, que examina a uno siempre y cuando no se esté conversando. Luego ha sido volver y he tratado de escribir algo como esto.

No soy  mucho del campo aunque con la ciudad tampoco tengo una amistad que digan que bruto… He aprendido a moverme cautelosamente,  con el respeto que le pones a las cosas con las que no quieres tener problemas. Avezado en ese sentido no soy, no le busco los recovecos, me conformo con su número de parques y el número de bancas que hay en estos, busco donde no puedan molestar los hombres, los pájaros o las mismas palabras y luego, casi siempre, es abrir un libro que casi nunca gozo o bien por el sol o por el viento o por la lluvia o la postura, luego es recordar que leo mejor tumbado, que es más cómodo estirar las piernas y sacarse las medias y así me genero la necesidad de volver y le pongo caducidad  a las salidas. Nunca ha pasado nada extraordinario, razón de más para volver a casa.

Puesto ya en marcha es extraño que el retorno me agrade más que todo lo anterior. En volver hay un regocijo al saber la meta cerca y como que uno retrasa sus pasos porque a diferencia de no saber a dónde iba ahora si sabe dónde tiene que llegar, como que ralentizo todo y empieza la melancolía,  de aquí han salido algunas ideas y frases sueltas que casi nunca encajan en alguna canción.

No soy el mejor acompañante, son muy limitados los espacios que he compartido amablemente de ida o de vuelta. Tropiezo con cosas convencionales, repito preguntas, hago evidente el silencio entre tema y tema, pregunto lo mismo nuevamente y casi siempre transformo el río de una buena conversa en un lago quieto, frío y aburrido sin servicio de botecitos para variar. Conversar se torna en mi sentido como una danza y nunca he sido bueno para bailar. Son contaditas las personas que han sobrevivido a un tema conmigo y que han querido volver por más aunque también he tenido mágicas caminatas, igual de escazas, en las que el tiempo ha volado y no me he percatado a donde tenía que llegar. De estas últimas queda el sabor de sentirse adecuado, de sentirse cómodo y sin medias mucho antes de haber vuelto.

En una salida de tres siempre me he sentido de lo mejor siendo el del costado que escucha, el que la tiene fácil porque no tiene que abrir la boca más que de rato a rato, he visto destazarse con la boca a parejas ante mi atónita mirada y ser parte de debates absurdos sin pies ni cabeza, yo soy el que está atrás para avisar si viene un “hortela” o para buscar palabras que han huido de la punta de la lengua. De esto sale que es preferible una salida justa y solitaria, sin un tiempo de encuentro determinado o sin pensar una excusa tonta por demorar.

Si bien no me son  de agrado las multitudes, es necesario ver a alguien pasar para poder abrir más el campo reflexivo, en pasos ajenos, en efectos de espejo, en notar mientras lanzas una cronometrada inspección a un sujeto para luego sacar las conclusiones que andaba buscando  y  aunque todo esto tiene su precio, el precio maniaco de sentirse solo de cuando en cuando, de ser espectador casi siempre invisible que dialoga para sus adentros y que ríe solo de vez en vez, este es  justo por una reflexión de grueso calibre, por un verso bien logrado, por una idea de saber que escribir cuando por fin se esté sin medias en mitad de un cuarto igual de solitario.