martes, 3 de febrero de 2015

Paseito con uno mismo (caminata obligatoria para broncear el alma)

Yo quería un largo camino gris  con áreas verdes de cuando en cuando. Me gusta el asfalto mezclado con el verde artificial puesto a la fuerza para recordar algo que nunca se ha tenido. Me gustaba inmiscuirme en esas calles y sentarme en un parque discreto para abrir un libro, que lejos del cliché, era la única excusa para haber salido de casa.
Nunca he sido mucho de andar con gente, mientras menos haya es mejor, si solo es uno mismo es insuperable la mayoría de las  veces.

No organicé mágicos encuentros en estos lugares ni he conocido sujeto alguno en las escasas veces que mi cuerpo ha decidido usar una tarde para pasarla fuera del hábitat que con tanto esfuerzo he adaptado a mis necesidades. Las veces que me he puesto los zapatos casi siempre han sido bajo una mera obligación hacía mí mismo, como la planta que sabes que tienes que regar aunque creas que su color amarillento va bien con la habitación. Últimamente estoy regando más esa planta y dejo que le caiga algo de sol pero sigue siendo el deporte solitario que a la larga se goza discretamente, que examina a uno siempre y cuando no se esté conversando. Luego ha sido volver y he tratado de escribir algo como esto.

No soy  mucho del campo aunque con la ciudad tampoco tengo una amistad que digan que bruto… He aprendido a moverme cautelosamente,  con el respeto que le pones a las cosas con las que no quieres tener problemas. Avezado en ese sentido no soy, no le busco los recovecos, me conformo con su número de parques y el número de bancas que hay en estos, busco donde no puedan molestar los hombres, los pájaros o las mismas palabras y luego, casi siempre, es abrir un libro que casi nunca gozo o bien por el sol o por el viento o por la lluvia o la postura, luego es recordar que leo mejor tumbado, que es más cómodo estirar las piernas y sacarse las medias y así me genero la necesidad de volver y le pongo caducidad  a las salidas. Nunca ha pasado nada extraordinario, razón de más para volver a casa.

Puesto ya en marcha es extraño que el retorno me agrade más que todo lo anterior. En volver hay un regocijo al saber la meta cerca y como que uno retrasa sus pasos porque a diferencia de no saber a dónde iba ahora si sabe dónde tiene que llegar, como que ralentizo todo y empieza la melancolía,  de aquí han salido algunas ideas y frases sueltas que casi nunca encajan en alguna canción.

No soy el mejor acompañante, son muy limitados los espacios que he compartido amablemente de ida o de vuelta. Tropiezo con cosas convencionales, repito preguntas, hago evidente el silencio entre tema y tema, pregunto lo mismo nuevamente y casi siempre transformo el río de una buena conversa en un lago quieto, frío y aburrido sin servicio de botecitos para variar. Conversar se torna en mi sentido como una danza y nunca he sido bueno para bailar. Son contaditas las personas que han sobrevivido a un tema conmigo y que han querido volver por más aunque también he tenido mágicas caminatas, igual de escazas, en las que el tiempo ha volado y no me he percatado a donde tenía que llegar. De estas últimas queda el sabor de sentirse adecuado, de sentirse cómodo y sin medias mucho antes de haber vuelto.

En una salida de tres siempre me he sentido de lo mejor siendo el del costado que escucha, el que la tiene fácil porque no tiene que abrir la boca más que de rato a rato, he visto destazarse con la boca a parejas ante mi atónita mirada y ser parte de debates absurdos sin pies ni cabeza, yo soy el que está atrás para avisar si viene un “hortela” o para buscar palabras que han huido de la punta de la lengua. De esto sale que es preferible una salida justa y solitaria, sin un tiempo de encuentro determinado o sin pensar una excusa tonta por demorar.

Si bien no me son  de agrado las multitudes, es necesario ver a alguien pasar para poder abrir más el campo reflexivo, en pasos ajenos, en efectos de espejo, en notar mientras lanzas una cronometrada inspección a un sujeto para luego sacar las conclusiones que andaba buscando  y  aunque todo esto tiene su precio, el precio maniaco de sentirse solo de cuando en cuando, de ser espectador casi siempre invisible que dialoga para sus adentros y que ríe solo de vez en vez, este es  justo por una reflexión de grueso calibre, por un verso bien logrado, por una idea de saber que escribir cuando por fin se esté sin medias en mitad de un cuarto igual de solitario.

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