Callar, al parecer, es algo controlable. Es sorprendente el tiempo que
uno puede estar en silencio si no hay contacto humano obligatorio. Hasta se
puede olvidar el sonido de nuestra propia voz en un par de días de ermitaño.
Entre lo poco que articulo están el buenos días de esta mañana que le decía a
la vieja casera que tiene tanto de mierda como de años. La voz para ese saludo
me salía rasposa, rancia, raspando mi garganta y dándole un tono lúgubre a un
saludo mañanero. No me ha importado porque la detesto y a los infelices de sus
hijos que aúllan toda la noche también. He estado en silencio viendo la tv,
luego he reído pero la risa es otra cosa, es reconocible, inalterable y siempre
sincera cuando se está solo. Del otro lado los saludos de la tarde a las
meseras que atienden en el lugar donde como y el gracias respectivo. No he
hablado más allá de eso y el sonido que ando recordando se
entremezcla. Pensar que hago que canto y no escuchar mi voz hace días es
contradictorio, tanto como mis posturas y prioridades. El hecho es que he
estado en silencio por algo de tiempo, silencio literal, y empecé a sentir cómo las palabras se te trepan como humo de cigarro, te adormecen y en mi caso,
cuando retengo demasiado, dan mucho sueño y vaya que he dormido en estos días.
Tengo unos cigarrillos al costado de la poca comida que
almaceno. No los prendo por pura desidia, no fumo y diría como antes, no hay
necesidad, no hay por qué, no hay por quién. Ahora pienso en el humo como un
ente que tiene que irse de la ropa y las cortinas que conviene más cuando no lo
haces donde vives. Espero eso cambie.
No le he temido tanto a la ciudad como esperaba, más le
tiemblo a las líneas que no avanzo que se quedan quietas en medio de la noche,
que se meten en mis bolsillos y aprovechan cada semáforo en rojo para bajarse e irse con el primer bus que vaya por la Universitaria. Esto se ha vuelto un
deporte, quién escapa primero de quién. Quién está más lejos del otro. Hasta
este punto ha llegado la idiotez de pensar que alguien gana en una competencia
donde el premio es estar alejado de uno mismo. Afuera han estallado las risas,
seguramente ellos también las reconocen. Risa de bruja y aplausos de cantina.
No los critico. Son celos, los más puros y más sinceros que he tenido.
El cuarto me entusiasmaba desde el principio y el hecho de
quedarme todo el día no me había incomodado ni lo ha hecho hasta el momento. No
le huyo a este espacio cerrado, lo trato como hábitat y tumba pero como hace
días mencioné también me obligo a salir y dar una vista a la ciudad que sin
tanta gente me gustaría algo más. También he visto al mar como un cómplice
desde el principio, lo visito poco pero se me trepa al instante por un buen
tiempo. Me gusta el recorrido larguísimo de los buses, del tránsito nada
silencioso sellado con el movimiento de los cuerpos. Soy consciente que nadie
se mueve conscientemente en este mundo. Respondemos a un timbre, una hora, una
alarma o color que cambia. Nos movemos por indicios y pistas. Requiero de
viajes largos porque puedo estar lo más quieto posible sin estarlo. Trato que
la sonrisa este a medias cuando esquivo. Ayer sin ir más lejos he tratado de
ser invisible mientras bajaba hacia la playa. Lo he logrado, ni un mosco ni
fastidio. Me ha gustado esa visita pero me ha asustado un poco el ser tan
fácil de ignorar. El ego se ha encogido mucho de tanto sudar, las camisas han
vuelto a mi cuerpo y el pelo sin forma crece recordándome mejor el tiempo que
los noticieros.
De último lado, aunque no lo último por decir, he contado
los días que me quedan para volver, para ser el mismo yo que reconocerá su voz
cuando vaya al trabajo o haga una nueva canción. Sé del tiempo que toma retomar
las costumbres pero las mentes cambian ya sea por influencias de amigos o por
influencia propia, esta última es la más peligrosa. No voy a volver en todo la
extensión, nunca regresamos enteros de ningún lugar, cambiamos espacios por
espacios, olvidamos información programada y la empeñamos por una linda imagen
de postal, por un recuerdo nuevo, nos llevamos lo que queremos y con suerte podemos
revenderlo en nuestro entorno. Así que estoy esperando volver para extrañar
todo esto que hasta ahora no comprendo. No voy por la añoranza ni el destierro,
solo quiero hacer la caminata obligatoria que todo ente ha hecho desde un
inicio. Hago huellas a la fuerza, por las malas. Son las ganas de querer pensar
que he andado mezcladas con la necesidad de un cambio de clima necesario. He
armado mis planes como todos y los he derrumbado con este poco tiempo. El sudar
mucho puede cambiar a la gente. Por último no he querido ser tan inútil en este
día tan silencioso como el resto. He buscado a Joao Gilberto, he dejado correr
el disco. El bossa ha calmado a los de abajo al parecer y es lo único bueno que he hecho en el día,
en esta ciudad que no la puedo llamar aun por su nombre, no nos hemos tratado mucho.
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