domingo, 6 de noviembre de 2011

Yo, el ocioso (Demanda penal a las moscas de mi casa ((el origen del Talento sin voluntad)))

 De chico mataba moscas de diversos modos: con periódicos enrollados, con periódicos extendidos, con agua comprimida en rociadores para pelo, con pedazos de elásticos adornados con una puntería de la puta madre, con un suelazo rápido a las que estaban en plena procreación, casi nunca con el matamoscas; creando una disciplina en las vacaciones escolares, empecé y me gustó bastante. Al inicio darles solo cuando estaban en las paredes, luego a las descuidadas que estaban en el suelo las sorprendía con la furia de un periódico extendido que las aplastaba, más tarde bateaba a las chirrirrincas en pleno vuelo y aprendía por ejemplo que solo las hembras tienen sangre y los machos tripas blancas, luego  contar cadáveres, decenas, centenas, tal vez maté,  hasta mil moscas en mi vida y luego de cada asalto, siendo un asesino confeso, la voz alternada entre mi madre y mi abuela: “sigue matando moscas, ¡ te vas a volver ocioso!”. Después era ignorar y creo que ese fue mi error, obviar las creencias que tomo más enserio cada día. Esos días de vacaciones quedaron, esa técnica perfeccionada de manera asquerosa, esa época donde me cagué la vida:  Ahora soy un ocioso de mierda.

Desidia general que empieza y se justifica en abrir otra página o ir sin querer al baño. La vagancia derrochada en cada plan es como llenar el escritorio de cosas a propósito justo antes de hacer lo que se debe y eso literalmente se aplica en cada escritorio de mi vida: el virtual lleno de páginas guardadas en el Chrome por defecto, con autoejecutables que bajan información que se traduce en juegos de consola vetustamente nueva, lleno de íconos que me impiden llegar al acceso del Word que cada día uso menos, iconos puestos a propósito o de forma subordinada al acto mismo de querer hacer algo, así también el escritorio físico a mi derecha lleno de hojas reimprimibles, de cajones abiertos que vomitan más hojas, usado como posavasos y posatazas con manchas de café y polvo de plumero jubilado, usado como sostenedor de amplificadores, descanso de libros que debo de leer pero que no son mi prioridad porque los que quiero leer de inmediato están al costado de mi cama y están ahí puestos porque los leeré echado antes de dormir con la doble intención de leerlos de a poco y sabiendo que leo mucho menos al estar acostado usando siempre la mano para quitarles el polvo y darles la vigencia que mi ociosa preocupación les quita. Maldito sabotaje suicida, yo me mutilo los planes, me pongo piedras entretenidas, me doy plazos más largos, me postergo con el refugio de la edad sabiendo que esta puta cifra no es garantía con cada día pasado, hipoteco mi valor por algo de tiempo  que uso para seguir haciendo nada.

Aun con esos chispazos de lucidez, de orden corta, alegre y firme por fuera, donde veo todo el imaginario a la larga, donde cada día lo alcanzo siendo más viejo, aun con esos chispazos que duran un día o menos, que nunca terminan en costumbre, que siempre se olvidan entre el cronograma de mi sueño de doce horas y mis clases de antes de las dos, aun con esos cortos momentos de “ganas puras” siempre me tumbo, me acuesto o voy por una naranja, tan solo al rato, después de leer solo diez hojas de las setecientas, luego de sacar dos míseros acordes, eso es todo el poder de su efecto, esa chispa de bengala “Mariposa”, esa herencia de insecto. Luego me siento cumplido, con metas más cortas que su duración misma, así justifico mi enorme privilegio, el autodenominado talento, la sorna y la petulancia mental que solo sale a solas, así y solo eso justifica la poca voluntad, el génesis  de la misérrima voluntad con el poco talento de almohadas sucias, así se escribe el origen del talento sin voluntad.


Y de inmediato respondo esas frases de sistematización, de orden conceptual, de papelitos en las paredes recordando mis quehaceres. Y otra vez la mofa en mi cabeza, la risa visible pero aguantada y decir “no necesito que me recuerden qué debo hacer, se bien qué pretendo” y en momentos pagaría por un buen plato de ganas eternas con wantanes. Mis propósitos están empapelados, los lustro cada día dentro de mi mente, se bañan cuando lo hace mi cuerpo, están en constante movimiento, solo que la desidia no los deja  materializarse, la ociosidad, pereza, inacción, apatía, la enumeración misma de excusas subliminales, excusas que traduzco como las clases que no necesito, el espacio del cuarto que no tengo, la privacidad a la que estoy privado, el tiempo que se cruza con mis ideas, la noche porque es muy corta, el día porque estoy ocupado, el frío porque me congela los pies al escribir, el calor porque me hace ir fuera, la bulla que no me deja concentrar, el silencio porque perturba, la música del reproductor, el video que está cargando, la ropa amontonada, la cama destendida, el desorden o el orden mismo que yo no puedo tener. Frustrante saber cual es el futuro de uno y no ponerle los huevos para que llegue antes o justo a tiempo.

Al principio, cuando algo aplazaba, solo pensaba en que lo soñado tan solo  demoraría un día o dos (lo que durara el aplazo) y ahora los días juntados me hacen dudar ya de la realización del mismo, de mi vejez prematura, de mis dos dígitos en aumento, de mis días y mi carbono14 acumulado.

Y ahora, momentos como este donde todo ha explotado, donde harto de mi inacción salté de la hora de dormir fija y viene a teclear venciendo (solo por un momento) al vago que me decía duerme, que me justificaba por las pequeñas labores de hoy, que he mandado a matar por el hecho de saberme algo muy efímero, son estos momentos los que las moscas me arrebataron, que maquillan mi excusa última, mi patetismo en aumento. Vencedor me siento de la noche, solo de ésta, de las dos del reloj, de mi desgano derrotado que mañana me hará despertar a las once y creará mi siguiente excusa.

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