“Y en los aros el oro es para Arthur Nabarrete”. Arthur es
brasileño y según la tele el logro es histórico para su país. Arthur sonríe y
se abraza al que debe ser su entrenador, las imágenes deben de ser diferidas
porque de inmediato vamos al podio. Lo aplauden, sonríe, se ve emocionado
mientras un chatín del comité le cuelga la medalla de manera pausada. El hombre
se alza por encima de sus lados, quien sabe si con humildad o encaletada
soberbia, da igual, es el mejor del mundo, quiere seguir sonriendo.
Arthur tiene veintidós y cuelga una medalla dorada de su pecho. Claro
que hay otros de menor y mayor edad que ya posan de sus esbeltos cuellos largas
medallas. Aplauden en el coliseo, muchos de sus compatriotas saltan con este logro
de hace apenas unas horas y los desconocidos ovacionan su actuación y se
contagian del ruido general. Los que en casa lo vemos alegre no evitamos
compararnos. Luego de vernos vencidos, recordamos lo que hicimos o lo que
haremos, demonios, ¿a quién le gané?
Arthur para muchos, seguramente,
es un privilegiado, alguien que supo explotar sus habilidades y tuvo el apoyo.
Muchos se conforman con esa idea. Otros, luego de poner el parche al brasileño,
examinan sus logros y luego de no encontrar nada comparable con un oro, se
prometen algo de manera muy callada, cierran el puño y buscan un mérito parecido en sus vidas personales. Casi
nadie lo logrará.
El némesis de Arthur era el chino
Chen Yibing actual campeón. Seguramente para el brasileño ver al asiático en su
esplendor era una tortura mezclada con
miedo en la panza baja. Quién sabe si fue mejor para Arthur ver que Chen se
presentara antes que él: más nervios o más motivación. Ahora, a muchos nos
falta un Chen en el día a día. Un Chen no es el vecino que te jode con su
música o con sus perros que aúllan de hambre, un Chen es alguien que te
recuerda diariamente que siempre hay alguien mejor y lejos del odio provocado
debe de trabajar como impulsor de capacidades para algún día callarle la boca
en el momento más oportuno.
El actual campeón ahora ya debe
estar imaginando cómo lo recibirán en su país, tal vez con una alegría
desmesurada que saldrá de los suyos apenas lo vean, una sensación que debe de
ser muy distinta al día de pago común de los no olímpicos. Esa medalla le
aseguro el futuro y no solo el mes. En este punto cada quién verá en un pensamiento qué forma tiene su oro y, si la emoción dura, tratará de experimentar algún día, probablemente inexistente, lo que Arthur Nabarrete siente hoy.
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