Cuando el estallido de luces cesó, yo seguía en la banca del parque
reconciliándome con todo aquello que me había visto por tanto tiempo y que en
su inofensiva naturaleza inerte había jurado ser como una cama inmensa,
insegura y llena de posibilidad. Toda esa ciudad incontrolable me había
esperado y hoy, por fin, luego de mucho verme, me regalaba su frío y su vago
confort.
Yo regreso de donde estuve porque fui derrotado. No volví a
los brazos de sus calles por piedad y nostalgia, por gratitud o anhelo, si
estaba hoy observando las estelas reventar, si me quedé viendo al guardián y
fumando con aire prestado, fue por la necesidad fundamental de reconocerme como
un desgraciado que vuelve sin pedir permiso, que vuelve porque quiere algo del
pasado, porque reclama su sitio mohoso sin disculparse, y ahí con su frío de mierda
me dejó tranquilo, evitó la venganza de lanzarme sus hortelas y se rió viéndome
regresar a pie.
No le he prometido nada a esta ciudad reducida, no le juré
lealtad ni compromiso, me senté en sus tremendas rodillas y le dije “dame”.
Luego regresé y aquí me mando con todo esto. Le debo mucho pero no se lo diré,
le pagaré el aprecio con desinteresada subjetividad, con líneas que no entiende
en su condición de incontrastable. La
querré en el silencio y miedo de la madrugada, la usaré en su plenitud y la
mancharé para limpiarla más tarde con un nombre posiblemente mío. Y luego, cuando todo esté en calma y la
vuelva a traicionar, ella regresará a su inexistencia, a su putamadrezca quietud, ahí le diré que soy su hijo para volverla a
abandonar hasta que lleguen mis restos.
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