¿Por dónde empezar?, ¿deshacer la maleta?, ¿limpiar el
cuarto?, ¿desempolvar la ropa que quedó, sacar los libros, acomodar el
escritorio?, ¿pensar en lo que dejé y tengo, en lo que tuve y que perdí, en lo
que ya no está y lo que no importa?, ¿actualizar la música o en escribir un
poco?, ¿cantar como quien quita las enredaderas que están en la garganta?, ¿crear
algo nuevo en medio del caos, limpiar el caos para librase del medio, quedarme
quieto y aprender del momento, olvidar los momentos y poner en marcha todo lo
que planeé?, ¿tender la cama o poner a lavar la ropa?, ¿alistar las cosas para
el trabajo?, ¿preguntarme porqué sigo trabajando?, ¿abrir la puerta para
ventilar el clima comprimido o cerrar
todo para que ninguna imagen se me vaya de esta nueva vida?
Cuando se toma la decisión de irse con regreso seguro, uno puede entrever que lo mejor entre el partir
y volver es el periodo de quedarse en el medio, de estar donde nunca se ha
estado, de aprender de la partida y regocijarse luego con el regreso. “Seguramente
vienes cargado de nuevas manías y demás baratijas, seguramente dirás cosas
locas o innovarás lo que venías haciendo” se habrá de oír y pues la clara respuesta es que sí. Sentir que
algo ha cambiado es sinónimo en muchos casos de decir que somos muy distintos
en el presente. Volver supone una opción ante la inminente obligación de tener
que irse alguna vez a donde se tenga que ir.
Escapar, huir, largarse, perderse, encontrarse y demás voces
implican una sola y gran consecuencia: cambio. Buena o mala la ruta esta da cosas nuevas, miedos nuevos y
oportunidades inigualables, te otorga y quita, te acobarda y emociona. Volver,
repito, es una opción. Muchos recorren un camino sabiendo que no hay retorno.
Muchos retornan apenas se han ido y otros aman tanto el irse como el volver, de
estos se admira las ganas locas de aprender sin olvidar, de crecer sin perder
de vista sus pies y su fijación extrema con la raíz primera.
Aprender es una consecuencia innata del camino, las
decisiones abren puertas, la necesidad de cambio te obliga a cruzarla, la
recompensa siempre es buena, se sabe más, el brillo de los ojos te cambia, la
forma de ver y sentir se transforma, no importa mucho el tiempo de no estar
donde se estaba, vale más lo que dejas a conciencia y lo que te llevas en el
periodo en que estuviste fuera del “yo” diario.
Si te has ido y has vuelto o si te fuiste y nunca más
volviste a ver a tu antiguo ser, si eres de los que adora y registra carreteras
o de los que caminan sin mirar atrás, si amas el camino por el simple hecho del
recorrido que te brinda o por las posibilidades infinitas que te trae, puedes
entender que el viaje te libera y a la vez te compromete, que une las líneas de
lo que fuiste y lo que eres, que completa mediante una carretera aparentemente
recta las etapas que dentro de algún tiempo querrás recordar con olor, brillo y
sabor característico. Donde estés, estás aprendiendo.
Así que creo que empezaré por la maleta, luego los libros, luego los regalos y
luego la limpieza, empezaré por quitarme la coraza de viaje, por enlistar mis
torpezas y darle unas últimas líneas a todo lo que he dejado mientras ordeno,
durante toda la noche, la hermosa nueva vista del futuro que he comprado.
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