Hace unos 6 o 7 años atrás me obsesioné por recolectar todos
los inicios de historia que se me escapaban entre las manos, ojos y oídos. Estaba en medio de algo como
toda la gente que conocía, entre
escapadas nocturnas y avenidas cotidianas con supuestas imágenes mías que debía
seguir porque sí, porque supuestamente estaban en los planes. Es entre los 18 y
los 20 que empezó el afán malsano por recopilar todo aquello que fuera
venerable de ser oído, leído o tocado. Dejé de lado, por primera vez, los
clichés en lo que nos encapsulaban a los recién mayores de edad y me aventuré
por la cultura que tanto predicaba pero que me era tan esquiva como un buen
cuento de Chejov.
Lo primero era averiguar cuáles era los clásicos culturales
que no se me debían de escapar. Internet me ayudó en la exploración de discos,
libros, cuentos, películas, poemas y demás formas que pudieran darle sentido a la masa tumultuosa
de ideas discordantes que llevaba día a día a la universidad. Siempre odiando
el ser catalogado entre formas vanas, me di el tiempo de hacer notar mis nuevos
hallazgos. Entraron por mi ruta ciega los antes mencionados y lejos de la pretensión
que adquirían en mi nuevo lenguaje, formaron de una manera muy inusual el nido
hecho con retazos de canciones, citas cortas de libros viejos o alguna que otra
portada de casette.
Hacer una lista con el orden de la catarsis sería tal vez
demasiada labor para mis manos aun no acostumbradas. Hice saltos largos
encadenando cada cierto descubrimiento con un polo opuesto del arte que
aparecía de repente. Bajar un disco llegaba tal vez en la semana en que hacía
las primeras incursiones a los libreros de la cachina. Encontrar música que iba
desde The Doors hasta ThePixies y libros que empezaban en
Bryce y terminaban en Rulfo, chocando de vez en cuando la información de amigos
y profesores. Luego fue perderme por un hermoso periodo entre los cuentos de
Cortázar y sus libros para años después abordar
a los poetas de las generaciones que endulzaban el nuevo hallazgo de la trova de Delgadillo o de la mancha de cantautores Peruanos que hasta hoy adoro.
Me iba a otro extremos y avanzaba entre Pink Floyd con su muro avasallante
mezclado con el delirio de los Sonic Youth y su Daydream Nation. Estuve
desubicado con el orden del rock peruano que acomodé en la cabeza como las
diversas corrientes de la literatura universal y terminé paseándome con los
años y por los años, describiendo lo que amaba de Borges en medio de un sueño
mientras entonaba algún tema caleta de Fito Paez, seguramente del Euforia. Luego la recolección siguió sin
el orden de su inicio, me aventuré para el funk español y peruano, el blues no
americano, la etapa Sabiniana de todos, el chongo rock nacional, lo alternativo
noventero, lo caleta de los no caletas, la trova argentina, el famoso indie antes de serlo, folk de un lado y la temida canción de autor para luego llegar a las voces
femeninas peruanas de las cuales estoy en actual etapa de enamorado solitario. Por el otro lado mis ojos querían más libros de Saramago, Sartre o Camus para luego saltar a los cuentistas mundiales, Poe, Chejov,
Ribeyro. Aunque nunca volví a encontrar
la aprensión que me generaba seguir leyendo las genialidades de Scorza del cuál
jamás acabé su pentalogía. Me refugié en los amigos del boom que me llenaron la
cabeza de ideas tan locas como amargas, de realidades que me hacían saltar el
muro mientras escuchaba el último disco antes de la separación de Soda. Pasando
de Bennedetti a los poemas de Montalé.
Del exacta dimensión de Rose a los
boleros del gigantesco Cisneros. Después Watanabe o Hernandez musicalizadoa por el
hombre por el que toco la guitarra: Rafo Raez. Sobre este último y Daniel F
tendría yo que hacer un post larguísimo con algunos años dedicado a sus
canciones, frases y vidas. Su reflejo en cada paso son dejavus que permito con
cierta pana y algo de cachita.
Luego de la vorágine del aprender, luego de dejar las aulas, los amigos, amores
y demás, entré a ese trance eterno del trabajo obligatorio. Etapa de hace
algunos años con sus respectivos representantes que cantaban mientras me movía
en bus para llegar a donde fuera. Hace unos años halle un disco de Drexler que puedo
asegurar me salvo la sesera y también las tripas, cambió radicalmente la
forma en que ahora veo la música, esto me dio un vuelco general de gustos y
placeres y acabé escuchando a Johanssen y afines. En esta etapa enseñaba a muchachos
y me di el tiempo de hacer leer cosas que me volaran la mente si volviera 10
años atrás. Vargas Llosa, Poe, García Marquez, Reynoso y demás me obligaron a releerlos
para poder explicarlos mejor y entenderlos de diversas maneras. Antes me obsesionaba con la idea loca de hacer un libro que
mezclara a Kafka, Borges, Bryce, que tenga su pizca de Ribeyro. Digerible como
Bukowsky en la resaca o ansioso como Poe mientras cae la noche. Del otro lado
siempre aluciné componer alguna vez como Javier Lazo o Enrique Mesías cosa que
hasta ahora no puedo hacer.
Avancé y llegué de nuevo a lo “comercial” y conocido pero
visto desde otro ojo y otro oído, catalogando con más seriedad y siendo más
precavido al momento de soltar el dinero por un libro cachinero. Aprendí qué cosas consumir entre mes y mes y descubrí que algunos clásicos amados no
producían nada en mí. Entendí por ejemplo que ciertas partes del Jazz se me hacen
incomprensibles como algunos libros de Proust. Que Verne no está entre lo que
serían mis ficciones y que de los Zeppelin solo reclamaría uno que otro track fuera
del acceso comercial. A cambio dije que sí a demasiadas cosas que se me harían
inaceptables como hace 8 años. Le abrí espacios insospechados a la música de
autor con toques muy propios, a la cumbia andina y a la nueva escuela de
chongueo que arma la Nueva Invasión, La sarita y los Olaya sistem. Empecé a hacer guiños al
pop con mi proyecto y no descarto alguna pachanga posterior a mis inicios de
chikipunk adherido al triple X de maracuyá. Quise abarcar y me desbordé en una
inacabable fórmula que no comprendo ahora. Por el otro lado, el lector, obtuve
lo contrario, me sumergí en libros no más complejos pero si más densos, en
ciertos espacios que solo la intimidad de la idea masticada cien veces te puede
otrogar, el 62 modelo para armar de
Cortázar que hasta ahora leo con calmada paciencia, me da tantas dudas como un
libro de Faulkner. Aunque es cierto que no leo como antes ni escribo igual pero
eso irá en otro guión.
Abarcando nuevamente apreté tan fuerte que me salpicó la
cara y por ahora ando entre clásicos y caletas. Actualizando mientras puedo.
Hace algo más de un año tomé un camino que habla de apostar por mí, sin prisas
ni maletas, que toma su tiempo, que quiere descubrirme de a pocos mientras
dibujo bosquejos sobre cómo será lo viene y si alguna vez esto influye en
alguien que no sea yo mismo.
Se dice que alguna vez llega el tiempo nuestro, a veces
ignoramos que siempre es el tiempo de uno, que se trata de aprender de todos,
que todos al final terminan huyendo de sí mismos. En estas ando ahora, solo me
detuve un momento para escuchar y ver todo lo que recopilé en algún momento, lo que
ahora cargo inconscientemente y que me sigue por donde trate de hacer algo mío.
Ahora toca sonar algo de un lado y luego vendrá algo absurdo en contraste y
gigante en perspectiva. Todo está tan revuelto pero nunca nada estará tan
ordenado. Todo sigue el random eterno. Aleatorio nunca antes mejor dicho.
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