jueves, 1 de diciembre de 2011

Las buenas historias (Anécdota trolleada)

Siempre apetecemos de una protagonizar una buena historia. Algo con autos tal vez, un robo con sacada de vuelta o quizá un hecho insólito entre las galerías de un centro comercial. Soñamos tal vez con salvar a nuestra chica, usando el nuestra por que antes de salvarla no lo era, o recuperar el celular en circunstancias muy extrañas. Queremos que nos sucedan historias dignas, inmortales, quietitas en el tiempo, que exalten nuestras virtudes y capacidades nunca antes notadas y que ahora, gracias al suceso,  por fin salen a la luz.

 No es muy importante que busquemos la acción o nos ocurra de repente, no hay mucha diferencia entre: “Y de pronto el auto se sube a la vereda cerquita de nosotros..” ó “Como eran varios contra ese chibolo tuve que saltar por él …”. El hecho mismo va a llegar al paroxismo cuando el incidente esté a metros o centímetros tuyos y aprovecharás al máximo el flash con el que tu mente a inmortalizado el recuerdo aunque no necesariamente sea de esa manera como lo termines contando. Por ejemplo el choque de un bus contra una combi que oímos (por que ni siquiera lo pudimos ver) se convierte automáticamente en un evento que nos marcó ya que estábamos justo al lado del chofer y nos salvamos usando al churre como escudo humano. Cosas así cada vez que algo ocurre.
  
Necesitamos de historias porque captamos atención y un cierto respeto aunque hay momentos en que una espectacular narración se vuelve contra nosotros: “… el perro venía y este maricón que se echa a correr y yo me quedé quieto. Para cuando le di la patada en el hocico este marica ya taba a dos cuadras”,  historia donde claramente uno es el marica sólo por nuestra pequeña fobia a los chihuahuas.

Las historias de vida son otras variantes. Dejó en claro que los hechos milagrosos y las recuperaciones incuestionables se las dejamos a mérito propio de los pastores brasileiros sanatodo. Hablo específicamente de historias que nos toman años, donde a veces tuvimos que comer una vez al día o no comer, donde hubo trabajos horribles y otros peores, donde la calle se volvió amiga y los horteleros nuestros confidentes. Este tipo de historias son las que nos arrancan lágrimas y  las que más nos gusta contar por su carga de valor ya que exalta lo que se dijo líneas arriba.

Variantes como la anécdota graciosa con el bebe que aspiró Baygón o el gatito que se quedó atrapado mientras hacían las columnas de la casa son extensas. Las historias dignas de contar tienen más valor al haber salido de la casualidad, son más graciosas o impactantes. De una u otra forma queremos siempre estar en ese instante de tiempo para poder ver el robo o el incendio, claro que lo lamentamos cuando es nuestra casa la robada o incendiada. De ambos lados hay una buena historia que contar para años posteriores.

Tal vez un punto a parte son las historias preciosas que nunca se llegan ser contadas, esas historias donde los protagonistas murieron, gente que presenció los segundos previos a la muerte. Historias donde lo que sobrevive son los rumores, fragmentos que generan las leyendas urbanas donde se inmortalizan nombres, que terminan siendo buenas historias, alteradas, pero muy buenas.

También está arte de narrar las buenas historias que son diferentes a contar chismes o decir chistes melcochitescos. No necesariamente cuando contamos algo dejamos lo mejor para el final, casi siempre venimos gritando el gran desenlace con las emociones mezcladas. Ya sea una historia narrada con odio por un atraco o con pena por un accidente la mayoría de las veces tendemos a sazonar bien nuestro suceso para que llegue sabrosón a los oídos del otro siempre respetando la regla de exaltar nuestros grandes dotes de protagonista.
  
Pero ya sea exagerando o no, diciendo la pura verdad o la mítica mentira, hablando de la gracia del perrito o de la fiesta con sacada de mierda, usando o no los  condimentos especiales dentro de lo que contamos, es nuestra propia vida que las necesita de estas buenas historias. Lo soso de una semana puede redimirse gracias a una buena historia de la que fuimos parte o de la que quisimos ser. Mucho más allá de recordarla como realmente paso o contarla con la inalterable veracidad, es necesario que nuestra mente se autosatisfaga para darle ese valor agregado a los días, esa marca en tu expediente de calle, un pedazo de juego de aventura al tetris de tu vida. Las buenas historias seguirán chocándonos o pasando de lado y aun así las seguiremos contando como sólo nosotros lo sabemos hacer.

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