viernes, 1 de mayo de 2015

"De perros y no gatos" (catarsis verbal acerca de mis enemigos primarios)

Son interesantes los vínculos que marcamos con seres y objetos desde que empezamos a hacer contacto con el planeta. Desde el primer roce de piel materna, las primeras texturas de una prenda o un juguete, el primer sabor dulce de una golosina o la textura terrosa de un ladrillo recién roto (existimos los amantes de estos bloques). Son estos vínculos los que nos hacen únicos y especiales pero también es cierto que ganamos antipatías del mismo modo sencillo con el que abrimos una puerta o lamemos un ladrillo (lo reafirmo).

En mi caso particular es cierto que no me he hecho a fin a muchos seres, son contadas las formas que simpatizan conmigo y que generan vínculos, entre ellas están los perros y los seres “inteligentes” (en ese orden). Mis vínculos con los primeros (supongo que) vienen de una larga lista de antepasados amantes de canes que en sus ratos libres salían a cazar con una decena de soberbios animales amarrados a cadenas que dominaban con ágiles dedos. Daneses, pastores alemanes y uno que otro Schnauzer remataban el ramillete canino. Se ganaban la vida con ayuda de sus canes, cazando fieros animales que perturbaban los cálidos pastos nórdicos de la edad media. A cambio los míos recibían amables obsequios de elfos, druidas y uno que otro hobbit juguetón. Es claro que no tengo la menor idea de algún rastro familiar y tampoco sé de donde nace este alegre vínculo con estos seres de cuatro patas con los cuales hablo mucho pero mucho más que con el 99% de los humanos que conozco.

Me es difícil rastrear un vínculo porque no soy tan amante de estos seres, más allá de fomentar su libre concupiscencia no paso,  me siento empático por ellos pero lejos estoy de dedicar  mi vida a su entero bienestar, aun así se me hace necesario tener a estos canes cerca y tratar de entender su forma nada limitada del mundo. Pero, de la misma forma en que ciertos entes se nos hacen amables desde un inicio éstos tienen sus formas antagónicas que simplemente no te aguantan, que te aborrecen porque sí  y en este caso nada puede ser más cliché que mis enemigos primarios: Felinos de la misma cantidad de patas que al parecer no me soportan y suelen utilizarme de las maneras más viles para luego ser víctima de maldades al mejor estilo de su sigilo y perversa inteligencia.

He leído muchos artículos donde describen a los gatos como seres distantes, diversos y muy enigmáticos mientras los perros son los amigos, los fieles y para nada traicioneros. Son los gatos los que poseen esa curiosidad y los que más se asemejan a la astucia como a la pereza. Basta ver un esbozo en cualquier viñeta de periódico donde estos dibujados regordetes y cachetones son astutos, sagaces y tal vez más inteligentes que muchos de nosotros. De acuerdo estoy en varias de sus descripciones, en lo hermosos que son sin importar su raza, en su extrema agilidad y en sus inagotables recursos cuando buscan escapar de algún lado, en lo que pierdo el rastro es en encontrar causas por las cuales les soy tan esquivo a estos reyes del carisma.

Tengo amigos y  colegas a los cuales sus gatos los quieren y hasta respetan. A los pocos felinos que he tenido (y tengo) nunca les he proyectado una imagen amigable y vaya que me he esforzado por caerles bien, nunca he cometido maldad con alguno de estos y en más  de una ocasión me he arriesgado cerca de sus garras con el fin de aliviar algún dolor o alimentar una panza vacía. Ni así. Me son esquivos por más que compartamos hogar aunque no sea su dueño. Vivimos muy cerca y al parecer a ellos no les agrada mi compañía, tal vez mi chakra los perturba o es acaso mi vínculo casi instantáneo con los canes los que los vuelve fúricos al punto de estropear mis cosas, de ensuciar mis bienes y de hablar a mis espaldas (lo último lo supuse de cómo me miran). He llegado al punto de mandarlos a rodar y de mirarlos de la misma forma en que ellos me observan y aunque mantengo el respeto, de un “buenos días Doña Tomasa y compañía” no paso ni pasaré. Aun así la tensión se siente en el aire, basta darles un poco de tiempo para que ya estén nuevamente encima del cielo raso de mi cuarto rasgando lo que no deben o aprovechando las ventanas que olvido cerrar para que me marquen con un bonito charco los lugares más inesperados en la alfombra. Tratar de atraparlos es un esfuerzo que no pretendo hacer y últimamente es optado por la indiferencia propia de los resignados. No podemos caerles bien a todo el mundo. Hoy mientras jugaba con los canes adoptados que cohabitan conmigo he visto como una de ellas me ha mostrado los dientes. Me he preguntado, seriamente, si algo dentro mío, algo que soy incapaz de ver, es tan malo realmente.

 ¿De cuántos artistas y escritores que admiro no he leído historias sobre sus hermosos vínculos con los mininos que en muchos casos inspiraban sus obras? Tal vez a mí no me toca ser parte de ese vínculo aun así no me quejo de mi afer con los canes. Son esas cosas que uno no comprende y es mejor dejar de lado, que pasen de largo, al final ellos se pierden de un tipazo y yo me conformo con verlos de lejos y sentirme el verdadero perdedor en esa inagotable y frustrante relación. 

sábado, 11 de abril de 2015

"Agnes Bar" (Corta ficción)

Habían corrido las apuestas entre la risa general de las mesas juntadas. Zacarías tendría que beberse las tres copas que los gemelos le habían puesto delante y nadie excepto ellos  sabían precisamente a que licor correspondían esos colores que se mezclaban en las copas. El bar era nuevo tanto como el cantinero, el local entre dos calles escondidas abría hace apenas unos días. Fue Thalia la que lo descubrió entre un consultorio odontológico y una casa gris. Era un pequeño reducto que decía: “abierto” con un mediano cartel que señalaba la puerta corrediza. La noche empezaba apenas y dentro se movían dos siluetas entre la barra y un cuarto que se suponía que era el baño. Las luces opacadas por discretos lamparines se prendieron de pronto y otro anuncio encima de la barra ponía: “Agnes Bar” en antiguas letras de neón. Luego fue todo un murmullo que apareció en forma de mail, mensaje de texto o llamada entre la gente del grupo. Cada quien fue a visitar el bar en el trascurso de la semana y aunque a nadie lo dejó boquiabierto todos coincidieron que lo sobrio del lugar mezclado con lo tranquilo de la zona serían perfectos para celebrar el cumpleaños de Zacarías y de paso lograr una buena noche para embriagarlo y hacerlo inventar uno de sus tantos juegos que solo le aparecían en la punta de la lengua cada vez que estaba tan ebrio que no podía deletrear su nombre.

De vuelta en la mesa, Zacarías empezó por la copa que contenía algo similar al vino pero que según
él era demasiado dulce incluso para serlo. Se lo bebió de sopetón para luego dejar caer las manos con fuerza sobre la mesa y posar la mirada en la segunda copa. Los demás alentábamos mientras Thalia lanzaba gritos y le sobaba la espalda. Todo funcionaba correctamente. Del otro lado de las mesas juntadas los gemelos se reían de sobremanera y esperaban ansiosos a que el festejado llegué al tercer trago. No esperaron mucho porque luego de vaciar la segunda bebida que era una especie de bandera francesa por los colores que unía, paso a la última copa. Un licor blanco que podía ser cualquier cosa lo esperaba, en este último se detuvo un poco, mirando por un momento la base del recipiente y viendo como pequeñas burbujas subían desde el centro. Al parecer todos nos habíamos callado y con excepción de los gemelos nadie dibujaba ya una sonrisa en los labios. No le dijimos nada, esperábamos que se bebiera el contenido para así poder lograr que al fin se embriague y ser porte del ritual mágico en donde el cerebro de Zacarías podía inventar las cosas más absurdas y geniales. Esa sería la parte más hermosa de la noche y de la cual no abusábamos cuando aparecía sabiendo incluso que estando en ese estado podíamos salir extremadamente beneficiados o tal vez todo lo contrario. Al fin la mano tomo el recipiente y se lo llevó a la boca, secó el contenido de manera lenta pero continua, todos callábamos mientras el licor llegaba a su garganta. Por fin terminó de beber y cuando la copa seca golpeó la mesa junto con sus puños, todos, al mismo tiempo, pudimos soltar el aliento contenido.



Cada quién tomó asiento cerca de Zacarías y esperamos a que el alcohol hiciera efecto. Solo tardó cinco minutos antes del primer golpe en el pecho. Comenzó como una sonrisa en su rostro que empezaba a contagiarnos  pero el retumbar en su vientre que empezó como una broma se fue tornando más seguido en el siguiente minuto. Hipo pensó Thalia y se paró para buscarle agua en la barra. Cuando regresó todos rodeábamos el cuerpo que se movía de a pocos en el suelo. Jhosef  y yo tratamos de calmar los espasmos pero seguía moviéndose bruscamente para luego ya no temblar mas que de rato en rato. Cumy llamó a central de emergencias pero nos tardó menos sacar el cuerpo a la calle para tomar un taxi. Los del bar pararon uno casi de inmediato y cuatro de nosotros entramos en el cargando el cuerpo que poco a poco dejaba de moverse pero que casi al mismo tiempo perdía el calor. Los gemelos y Thalia se quedaron, esperarían otro taxi y pagarían la cuenta. Zacarías dejaba poco a poco su calor, desesperados tratamos de hacerlo reaccionar hasta que uno por uno empezamos a desvanecernos lentamente, primero fuer Pietro que mantenía sentado el cuerpo de Zacarías, él estaba en la ventanilla y de repente ya no, el cuerpo se ladeó para la derecha y fue Cumy la que evitó que la cabeza de Zacarías chocara con la ventana. Luego fue ella la que dejó de sostenerlo y  después le tocó Jhosef que iba adelante indicando al taxista el camino más corto. Finalmente quedé solo y noté que mis piernas no estaban . El cuerpo de Zacarías ahora echado en el asiento trasero dejaba de inflarse por el aire. En vano lo traté de  mover porque las manos se habían ido ya. El taxi estaba ahora detenido y el chofer decía “mierda” al notar que Jhosef ya no estaba en el asiento del copiloto, al voltear solo miró una pequeña parte mía que aún quedaba dividida flotando en su auto para luego solo ver la ventana trasera. El buen Zacarías moría en el asiento mientras sus torpes creaciones éramos partícipes del fin de todo. Con lo último del espacio pensé en los gemelos y en qué carajos sirvieron en las copas, fue cortísimo el tiempo para pensar que en el otro taxi lo mismo le pasaba a ellos y a Thalia, ahora era tonto pensar que nunca le podría decir que me gustaba tanto.

lunes, 30 de marzo de 2015

Para ver y para oír mientras espero (apuntes músico-literarios para un exitoso enganche a la confusión)

Hace unos 6 o 7 años atrás me obsesioné por recolectar todos los inicios de historia que se me escapaban entre las manos,  ojos y oídos. Estaba en medio de algo como toda la gente que conocía,  entre escapadas nocturnas y avenidas cotidianas con supuestas imágenes mías que debía seguir porque sí, porque supuestamente estaban en los planes. Es entre los 18 y los 20 que empezó el afán malsano por recopilar todo aquello que fuera venerable de ser oído, leído o tocado. Dejé de lado, por primera vez, los clichés en lo que nos encapsulaban a los recién mayores de edad y me aventuré por la cultura que tanto predicaba pero que me era tan esquiva como un buen cuento de Chejov.

Lo primero era averiguar cuáles era los clásicos culturales que no se me debían de escapar. Internet me ayudó en la exploración de discos, libros, cuentos, películas, poemas y demás formas que  pudieran darle sentido a la masa tumultuosa de ideas discordantes que llevaba día a día a la universidad. Siempre odiando el ser catalogado entre formas vanas, me di el tiempo de hacer notar mis nuevos hallazgos. Entraron por mi ruta ciega los antes mencionados y lejos de la pretensión que adquirían en mi nuevo lenguaje, formaron de una manera muy inusual el nido hecho con retazos de canciones, citas cortas de libros viejos o alguna que otra portada de casette.

Hacer una lista con el orden de la catarsis sería tal vez demasiada labor para mis manos aun no acostumbradas. Hice saltos largos encadenando cada cierto descubrimiento con un polo opuesto del arte que aparecía de repente. Bajar un disco llegaba tal vez en la semana en que hacía las primeras incursiones a los libreros de la cachina. Encontrar música que iba desde The Doors hasta ThePixies y libros que empezaban en Bryce y terminaban en Rulfo, chocando de vez en cuando la información de amigos y profesores. Luego fue perderme por un hermoso periodo entre los cuentos de Cortázar y sus libros para años después abordar  a los poetas de las generaciones que endulzaban el nuevo hallazgo de la trova de Delgadillo o de la mancha de cantautores Peruanos que hasta hoy adoro. Me iba a otro extremos y avanzaba entre Pink Floyd con su muro avasallante mezclado con el delirio de los Sonic Youth y su Daydream Nation. Estuve desubicado con el orden del rock peruano que acomodé en la cabeza como las diversas corrientes de la literatura universal y terminé paseándome con los años y por los años, describiendo lo que amaba de Borges en medio de un sueño mientras entonaba algún tema caleta de Fito Paez, seguramente del Euforia. Luego la recolección siguió sin el orden de su inicio, me aventuré para el funk español y peruano, el blues no americano, la etapa Sabiniana de todos, el chongo rock nacional, lo alternativo noventero, lo caleta de los no caletas, la trova argentina, el famoso indie antes de serlo, folk de un lado y la temida canción de autor para luego llegar a las voces femeninas peruanas de las cuales estoy en actual etapa de enamorado solitario. Por el otro lado mis ojos querían más libros de Saramago, Sartre o Camus para luego saltar a los cuentistas mundiales, Poe, Chejov, Ribeyro.  Aunque nunca volví a encontrar la aprensión que me generaba seguir leyendo las genialidades de Scorza del cuál jamás acabé su pentalogía. Me refugié en los amigos del boom que me llenaron la cabeza de ideas tan locas como amargas, de realidades que me hacían saltar el muro mientras escuchaba el último disco antes de la separación de Soda. Pasando de Bennedetti a los poemas de  Montalé. Del exacta dimensión de Rose a los boleros del gigantesco Cisneros. Después  Watanabe o Hernandez musicalizadoa por el hombre por el que toco la guitarra: Rafo Raez. Sobre este último y Daniel F tendría yo que hacer un post larguísimo con algunos años dedicado a sus canciones, frases y vidas. Su reflejo en cada paso son dejavus que permito con cierta pana y algo de cachita. 

Luego de la vorágine del aprender, luego de dejar las aulas, los amigos, amores y demás, entré a ese trance eterno del trabajo obligatorio. Etapa de hace algunos años con sus respectivos representantes que cantaban mientras me movía en bus para llegar a donde fuera. Hace unos años halle un disco de Drexler que puedo asegurar me salvo la sesera y también las tripas,  cambió radicalmente la forma en que ahora veo la música, esto me dio un vuelco general de gustos y placeres y acabé escuchando a Johanssen y afines. En esta etapa enseñaba a muchachos y me di el tiempo de hacer leer cosas que me volaran la mente si volviera 10 años atrás. Vargas Llosa, Poe, García Marquez, Reynoso y demás me obligaron a releerlos para poder explicarlos mejor y entenderlos de diversas maneras. Antes me obsesionaba con la idea loca de hacer un libro que mezclara a Kafka, Borges, Bryce, que tenga su pizca de Ribeyro. Digerible como Bukowsky en la resaca o ansioso como Poe mientras cae la noche. Del otro lado siempre aluciné componer alguna vez como Javier Lazo o Enrique Mesías cosa que hasta ahora no puedo hacer.


Avancé y llegué de nuevo a lo “comercial” y conocido pero visto desde otro ojo y otro oído, catalogando con más seriedad y siendo más precavido al momento de soltar el dinero por un libro cachinero. Aprendí qué cosas consumir entre mes y mes y descubrí que algunos clásicos amados no producían nada en mí. Entendí por ejemplo que ciertas partes del Jazz se me hacen incomprensibles como algunos libros de Proust. Que Verne no está entre lo que serían mis ficciones y que de los Zeppelin solo reclamaría uno que otro track fuera del acceso comercial. A cambio dije que sí a demasiadas cosas que se me harían inaceptables como hace 8 años. Le abrí espacios insospechados a la música de autor con toques muy propios, a la cumbia andina y a la nueva escuela de chongueo que arma la Nueva Invasión, La sarita  y los Olaya sistem. Empecé a hacer guiños al pop con mi proyecto y no descarto alguna pachanga posterior a mis inicios de chikipunk adherido al triple X de maracuyá. Quise abarcar y me desbordé en una inacabable fórmula que no comprendo ahora. Por el otro lado, el lector, obtuve lo contrario, me sumergí en libros no más complejos pero si más densos, en ciertos espacios que solo la intimidad de la idea masticada cien veces te puede otrogar, el 62 modelo para armar de Cortázar que hasta ahora leo con calmada paciencia, me da tantas dudas como un libro de Faulkner. Aunque es cierto que no leo como antes ni escribo igual pero eso irá en otro guión.

Abarcando nuevamente apreté tan fuerte que me salpicó la cara y por ahora ando entre clásicos y caletas. Actualizando mientras puedo. Hace algo más de un año tomé un camino que habla de apostar por mí, sin prisas ni maletas, que toma su tiempo, que quiere descubrirme de a pocos mientras dibujo bosquejos sobre cómo será lo viene y si alguna vez esto influye en alguien que no sea yo mismo.


Se dice que alguna vez llega el tiempo nuestro, a veces ignoramos que siempre es el tiempo de uno, que se trata de aprender de todos, que todos al final terminan huyendo de sí mismos. En estas ando ahora, solo me detuve un momento para escuchar y ver  todo lo que recopilé en algún momento, lo que ahora cargo inconscientemente y que me sigue por donde trate de hacer algo mío. Ahora toca sonar algo de un lado y luego vendrá algo absurdo en contraste y gigante en perspectiva. Todo está tan revuelto pero nunca nada estará tan ordenado. Todo sigue el random eterno. Aleatorio nunca antes mejor dicho.


martes, 17 de marzo de 2015

Seguir y/o morir en el intento (Reflexión de vereda sobre los héroes del camino)

Estamos llenos de tiempo. No solo lo consumimos si no que lo asimilamos como veneno que desgasta la sangre e irrita los huesos. Cargamos una valija que con el tiempo se vuelve baúl y pierde las ruedas, nos pesa entonces seguir, nos deja en medio del camino, nos obliga a establecernos. Claro que siempre hay otros inmunes, más allá del tráfico de equipaje están los que siguen el rumbo con o sin peso. Los ligeros de pies y de boca. Soñadores extremos que de uno u otro lado siguen con su vida y cargan a otros mientras sus piernas no tan grandes parecen que nunca se van a detener.

Líderes les dicen, otros prefieren llamarlos motivadores, ejemplos, paradigmas o hacedores del cambio. Da igual ya que aun con grandes nombres siguen siendo pocos pero aún están en todos lados. Pueden conmover con su realidad a cuestas, con sus respuestas atrayentes o sus ejemplos demoledores. Productos de la libertad sin compromiso, generadores de ideas propias que contagian y fortalecen y a su vez recolectores de enemigos de diversas procedencias.

Lejos  de las alabanzas y nombres que se tejen, entiendo que los ejemplos de unos son los villanos de otros, es por eso que dejamos los nombres de lado. Lejos también de rendir una postura se tiene que entender que una vida, en muchos casos, motiva a otra de diversas maneras posibles, llegando incluso a que los ideales de alguno terminan siendo guías para enfrentar directamente a otro grupo de humanos con héroes antagónicos. Lo hermoso de creer en alguien está siempre atado a nuestra verdadera postura, a nuestros ideales primarios, de moral y concepción de las cosas.

Defenderemos siempre lo que creemos correcto, defender implica dar razones lógicas por las cuales exaltamos nuestra postura y es aquí exactamente donde las cosas se bifurcan. Dicotomía le dicen. El camino que separa la defensa de un ideal lógico y sustentable se aleja de forma inminente del fanatismo pasado o moderno. Creer en alguien sin jamás haberlo rebatido, sin haberle cuestionado nuestras dudas ni logrado sacarle las respuestas que necesitábamos, es puro afán obstinado y confundido, es ceguera y obstinación.  Muchas de las cosas a las que hoy rendimos tributo son producto de la duda y la confrontación de ideas. Formas irreconciliables tienen creyentes de todas partes sin que estos jamás se hayan atrevido siquiera a preguntar porque están en el bando donde se encuentran.

Dudar y preguntar. Cuestionar todo, absolutamente todo, es la forma, tal vez, más sincera de aprender, de crecer y generar ideales propios, lógicos y tal vez dignos de repetir. Hábitos como la lectura, la práctica de valores y la curiosidad muestran al final del túnel a ciertas personas a las que podemos tenerles respeto y admiración pero no por ello serán pilotos de nuestra vida ni guías espirituales. Son estos tal vez los ejemplos que necesitamos cuando tengamos dudas en el siguiente paso de nuestro propio andar, amigos no conocidos de los cuales podamos sacar provecho viendo sus lecciones pasadas y entendiendo su moraleja del camino recorrido. No se trata de seguir ciegamente a alguien que ve mejor que nosotros. Acaso andar es mirar a los diversos caminos y darnos cuenta que las piedras están en todos lados. Así saber que el descanso, la continuidad y la dedicación son ejemplos aplicables en todas las vidas y que los senderos son los que forjan a los héroes que siguen avanzando mostrando que todos, en los diferentes lugares, pueden lograr lo mismo a su manera.



Optimista y sincero el post de hoy. Caminante no hay camino se ha dicho alguna vez. Los “Hermanos Brothers” lo volvieron rock y me dio que pensar mientras caminaba.

viernes, 6 de marzo de 2015

Así que haz vuelto (Cortísimo balance en boleto de viaje)

¿Por dónde empezar?, ¿deshacer la maleta?, ¿limpiar el cuarto?, ¿desempolvar la ropa que quedó, sacar los libros, acomodar el escritorio?, ¿pensar en lo que dejé y tengo, en lo que tuve y que perdí, en lo que ya no está y lo que no importa?, ¿actualizar la música o en escribir un poco?, ¿cantar como quien quita las enredaderas que están en la garganta?, ¿crear algo nuevo en medio del caos, limpiar el caos para librase del medio, quedarme quieto y aprender del momento, olvidar los momentos y poner en marcha todo lo que planeé?, ¿tender la cama o poner a lavar la ropa?, ¿alistar las cosas para el trabajo?, ¿preguntarme porqué sigo trabajando?, ¿abrir la puerta para ventilar el  clima comprimido o cerrar todo para que ninguna imagen se me vaya de esta nueva vida?

Cuando se toma la decisión de irse con regreso seguro,  uno puede entrever que lo mejor entre el partir y volver es el periodo de quedarse en el medio, de estar donde nunca se ha estado, de aprender de la partida y regocijarse luego con el regreso. “Seguramente vienes cargado de nuevas manías y demás baratijas, seguramente dirás cosas locas o innovarás lo que venías haciendo” se habrá de oír y  pues la clara respuesta es que sí. Sentir que algo ha cambiado es sinónimo en muchos casos de decir que somos muy distintos en el presente. Volver supone una opción ante la inminente obligación de tener que irse alguna vez a donde se tenga que ir. 

Escapar, huir, largarse, perderse, encontrarse y demás voces implican una sola y gran consecuencia: cambio. Buena o mala la ruta  esta da cosas nuevas, miedos nuevos y oportunidades inigualables, te otorga y quita, te acobarda y emociona. Volver, repito, es una opción. Muchos recorren un camino sabiendo que no hay retorno. Muchos retornan apenas se han ido y otros aman tanto el irse como el volver, de estos se admira las ganas locas de aprender sin olvidar, de crecer sin perder de vista sus pies y su fijación extrema con la raíz primera.

Aprender es una consecuencia innata del camino, las decisiones abren puertas, la necesidad de cambio te obliga a cruzarla, la recompensa siempre es buena, se sabe más, el brillo de los ojos te cambia, la forma de ver y sentir se transforma, no importa mucho el tiempo de no estar donde se estaba, vale más lo que dejas a conciencia y lo que te llevas en el periodo en que estuviste fuera del “yo” diario.

Si te has ido y has vuelto o si te fuiste y nunca más volviste a ver a tu antiguo ser, si eres de los que adora y registra carreteras o de los que caminan sin mirar atrás, si amas el camino por el simple hecho del recorrido que te brinda o por las posibilidades infinitas que te trae, puedes entender que el viaje te libera y a la vez te compromete, que une las líneas de lo que fuiste y lo que eres, que completa mediante una carretera aparentemente recta las etapas que dentro de algún tiempo querrás recordar con olor, brillo y sabor característico. Donde estés, estás aprendiendo. 

Así que creo que empezaré por la maleta, luego los libros, luego los regalos y luego la limpieza, empezaré por quitarme la coraza de viaje, por enlistar mis torpezas y darle unas últimas líneas a todo lo que he dejado mientras ordeno, durante toda la noche, la hermosa nueva vista del futuro que he comprado.

martes, 17 de febrero de 2015

Calladito nomás (efectos secundarios del bossa y la ciudad )

Callar, al parecer, es algo controlable. Es sorprendente el tiempo que uno puede estar en silencio si no hay contacto humano obligatorio. Hasta se puede olvidar el sonido de nuestra propia voz en un par de días de ermitaño. Entre lo poco que articulo están el buenos días de esta mañana que le decía a la vieja casera que tiene tanto de mierda como de años. La voz para ese saludo me salía rasposa, rancia, raspando mi garganta y dándole un tono lúgubre a un saludo mañanero. No me ha importado porque la detesto y a los infelices de sus hijos que aúllan toda la noche también. He estado en silencio viendo la tv, luego he reído pero la risa es otra cosa, es reconocible, inalterable y siempre sincera cuando se está solo. Del otro lado los saludos de la tarde a las meseras que atienden en el lugar donde como y el gracias respectivo. No he hablado más allá de eso y el sonido que ando recordando se entremezcla. Pensar que hago que canto y no escuchar mi voz hace días es contradictorio, tanto como mis posturas y prioridades. El hecho es que he estado en silencio por algo de tiempo, silencio literal, y empecé a sentir cómo las palabras se te trepan como humo de cigarro, te adormecen y en mi caso, cuando retengo demasiado,  dan mucho sueño y vaya que he dormido en estos días.

Tengo unos cigarrillos al costado de la poca comida que almaceno. No los prendo por pura desidia, no fumo y diría como antes, no hay necesidad, no hay por qué, no hay por quién. Ahora pienso en el humo como un ente que tiene que irse de la ropa y las cortinas que conviene más cuando no lo haces donde vives. Espero eso cambie.

No le he temido tanto a la ciudad como esperaba, más le tiemblo a las líneas que no avanzo que se quedan quietas en medio de la noche, que se meten en mis bolsillos y aprovechan cada semáforo en rojo para bajarse e irse con el primer bus que vaya por la Universitaria. Esto se ha vuelto un deporte, quién escapa primero de quién. Quién está más lejos del otro. Hasta este punto ha llegado la idiotez de pensar que alguien gana en una competencia donde el premio es estar alejado de uno mismo. Afuera han estallado las risas, seguramente ellos también las reconocen. Risa de bruja y aplausos de cantina. No los critico. Son celos, los más puros y más sinceros que he tenido.

El cuarto me entusiasmaba desde el principio y el hecho de quedarme todo el día no me había incomodado ni lo ha hecho hasta el momento. No le huyo a este espacio cerrado, lo trato como hábitat y tumba pero como hace días mencioné también me obligo a salir y dar una vista a la ciudad que sin tanta gente me gustaría algo más. También he visto al mar como un cómplice desde el principio, lo visito poco pero se me trepa al instante por un buen tiempo. Me gusta el recorrido larguísimo de los buses, del tránsito nada silencioso sellado con el movimiento de los cuerpos. Soy consciente que nadie se mueve conscientemente en este mundo. Respondemos a un timbre, una hora, una alarma o color que cambia. Nos movemos por indicios y pistas. Requiero de viajes largos porque puedo estar lo más quieto posible sin estarlo. Trato que la sonrisa este a medias cuando esquivo. Ayer sin ir más lejos he tratado de ser invisible mientras bajaba hacia la playa. Lo he logrado, ni un mosco ni fastidio. Me ha gustado esa visita pero me ha asustado un poco el ser tan fácil de ignorar. El ego se ha encogido mucho de tanto sudar, las camisas han vuelto a mi cuerpo y el pelo sin forma crece recordándome mejor el tiempo que los noticieros.


De último lado, aunque no lo último por decir, he contado los días que me quedan para volver, para ser el mismo yo que reconocerá su voz cuando vaya al trabajo o haga una nueva canción. Sé del tiempo que toma retomar las costumbres pero las mentes cambian ya sea por influencias de amigos o por influencia propia, esta última es la más peligrosa. No voy a volver en todo la extensión, nunca regresamos enteros de ningún lugar, cambiamos espacios por espacios, olvidamos información programada y la empeñamos por una linda imagen de postal, por un recuerdo nuevo, nos llevamos lo que queremos y con suerte podemos revenderlo en nuestro entorno. Así que estoy esperando volver para extrañar todo esto que hasta ahora no comprendo. No voy por la añoranza ni el destierro, solo quiero hacer la caminata obligatoria que todo ente ha hecho desde un inicio. Hago huellas a la fuerza, por las malas. Son las ganas de querer pensar que he andado mezcladas con la necesidad de un cambio de clima necesario. He armado mis planes como todos y los he derrumbado con este poco tiempo. El sudar mucho puede cambiar a la gente. Por último no he querido ser tan inútil en este día tan silencioso como el resto. He buscado a Joao Gilberto, he dejado correr el disco. El bossa ha calmado a los de abajo al parecer  y es lo único bueno que he hecho en el día, en esta ciudad que no la puedo llamar aun por su nombre, no nos hemos tratado mucho.  

miércoles, 11 de febrero de 2015

Tú, el reflejo y el inquietante tiempo (inevitable reflexión para maduritos del mañana)

Silbas tranquilo mientras vas por ahí, no te percatas que de camino a casa o viceversa has pasado por alto cientos de cosas que coexisten contigo, cosas que no notas hasta que te topas con el espejo, luna reflectante o charco de agua más cercano. Lo que sigue es común y conocido al llegar a cierta edad. Te preguntas por el futuro y bla bla bla. Luego hay una amena cháchara con tu lado despreocupado que sigue silbando mientras hace planes para el finde o quincena. Los expertos recomiendan estacionarse en este punto. Cuadrar la humanidad en un parque cercano, tomarse de la cabeza y lentamente desmigajar el momento para procesarlo mejor. El paso que viene es importante: aceptar la edad  sin (mucha) desesperación, respirar lento y profundo mientras se acepta el hecho. Luego queda lo obvio. Sí, la charla sobre el futuro ha llegado.  

Ya no estás tan niño, todavía te mantienes presente porque las caseras te dicen “¿qué va a llevar joven?”, eso te reconforta pero antes te decían “jovencito” y más atrás eras el “mocoso e’mierda”. El tiempo pasó y vino con algo de respeto pero luego oirás el: “sírvele al tío un ceviche” y sabrás que estás a muy poco de oir: “A ver… asiento reservado pal abuelito”. Han pasado algunos años, carrera a cuestas o no, te sientes, tal vez, cómodo. Una chamba ni tan buena pero no tan mala. Dinerito cada cierto tiempo, aunque otros ganan más y eso te pica pero luego te calmas. Has comprado algunas cosas y el tiempo de pedir plata para el pasaje se ha ido aunque ahora buscas el préstamo para un auto que es la evolución de lo anterior. ¿Metas? Por supuesto. La tienes clara desde hace mucho, sabes lo que quieres, incluso has tazado el tiempo que tomará, has mirado tu almanaque y sobra bastante, así se han pasado que… ¿los últimos 2, 3 ,5 años?

Hola soy Dale nomás, tal vez te recuerden frases como: Renunciaré apenas termine este año,  haré ese negocito apenas encuentre el lugar indicado, de este año no pasa la maestría, etc. ¿Qué pasó?, a donde se fue tanto plan hermoso. Lento pero seguro te has dicho pero entre nos son webadas si la rutina no ha cambiado en más de un año. Hasta panza ha salido y así nos hemos acostumbrado a todo.  A ciertos locales, una movilidad específica, marca de ropa, cosas que ahora podemos pagar y que seguramente luego irán evolucionando. Metas tenemos (no digo sueños porque para muchos es lenguaje de púber) pero ya se irán dando (diciéndolo con tono de futuro inminente) por ahora tenemos prioridades. Y así es, si sacaste un pequeño depa, si te prestaste para la cañita, si invertiste para  tu primer terreno o te gastaste 4 sueldos en una hermosa guitarra (no entra tanto en este catálogo pero pasa), ahora es asumir consecuencias y muchas veces irse al pan y agua, literalmente. En este punto la conversa con tu yo parrandero ha llegado a la seriedad del caso. Pide un adoquín de coco y sigue conversándote.

“Pero las cosas  que compro son  parte de las metas y creo que estoy siguiendo mi camino ninja”. Claro “joven”, has avanzado y si esos son los pasos para lo que siempre quisiste todo esta lectura es una pérdida de tiempo pero antes de continuar tu camino ¿realmente haces lo que siempre quisiste hacer o terminaste adaptándote a un lugar donde no te va mal y es cómodo seguir ahí “por el momento”? Sinceridad ante todo, así que ahora vienen las dudas que taponeaste hace algo de tiempo por las deudas que encontraste con el play4 que necesitabas con urgencia.

“Si todo marcha en orden, ¿Por qué no seguir haciendo lo que sé que hago bien, no excelentemente, no de putamare, pero me sale bien y nadie se queja?. Vivo tranquilo.”  Te has dicho.  Si esto es suficiente para seguir caminando por toda la vida, cierra el post y dale nomás. Pero si aún queda la duda, si hay un hilo sin resolver que te jode el alma y el led de 52” que sacaste, oh coincidencia en 52 cuotas también, no te hace pasar la sensación de vacío y falso piso. Pues es momento de seguir conversando.

Hace unos años, (no muchos para no seguir martillando la idea de la edad) eras parte de algo tan agradable pero limitante: la dependencia. Lograste escapar seguramente pero adquiriste responsabilidades propias de tu nuevo superpoder, Peter. Sacrificaste cosas y plantaste los pies para no caerte, te defendiste bien mientras aprendías pero a costa de no ver nunca más los sueños locos de jovenzuelo alborotado, total eras un “mocoso e´mierda” que estaba confundido. Pero ¿Y si no lo estabas del todo? Bueno seguramente que sí, para no entrar en algo aún más turbulento.

Fue más duro cuando tenías aficiones incomprendidas que fueron mutiladas de golpe por el chispazo de la realidad. Es más fácil confesar de chico que quieres ser doctor o abogado y recibir palmas y libros a decir que quieres ser artista o deportista y ser tratado, en muchos casos, como inmaduro e incapacitado para tomar decisiones por el momento. Luego te la creíste y tú mismo pusiste los parches. Fue lo correcto. ¿Fue lo correcto? Entonces ¿Habemus respuestus? (no sé ni mierda de latín).

Pero en fin crecemos con metas que alimentamos y desechamos las otras a las que dejamos muriendo en algún punto. Nos adaptamos bien a lo que tenemos, aplazamos y volvemos a aplazar, invertimos lo más valioso: el tiempo, en actividades que tal vez nos apasionen o no y ahora viene el balance y es aquí donde cada uno elegirá cómo hablarse o mentirse para subsistir por algo más de tiempo. 

Lo hermoso y perverso de la charla con uno mismo es que puedes patear el tablero en cualquier momento, levantarte e irte. Puedes también inventarte una hermosa excusa para seguir en lo que haces o llegar a la conclusión que estás haciendo tu mayor sueño realidad, cosa rara ya que si lo estuvieras haciendo no tendrías esta hermosa y masoquista charla para empezar.

¿Cuál fue el balance?, ¿Prioridades para las metas?, ¿tiempo para poder salir o entrar?, ¿olvidemos esto y no volvamos a hablar del tema? Luego es terminar esta charla, recomendable es quedar como amigo de uno mismo porque es inevitable que te vuelvas a encontrar contigo en el siguiente espejo o charco que cruces. Queda levantarse y continuar de la manera más sincera posible pero antes de partir, no olvides llevarte la basura de tu chupete “joven”.

martes, 3 de febrero de 2015

Paseito con uno mismo (caminata obligatoria para broncear el alma)

Yo quería un largo camino gris  con áreas verdes de cuando en cuando. Me gusta el asfalto mezclado con el verde artificial puesto a la fuerza para recordar algo que nunca se ha tenido. Me gustaba inmiscuirme en esas calles y sentarme en un parque discreto para abrir un libro, que lejos del cliché, era la única excusa para haber salido de casa.
Nunca he sido mucho de andar con gente, mientras menos haya es mejor, si solo es uno mismo es insuperable la mayoría de las  veces.

No organicé mágicos encuentros en estos lugares ni he conocido sujeto alguno en las escasas veces que mi cuerpo ha decidido usar una tarde para pasarla fuera del hábitat que con tanto esfuerzo he adaptado a mis necesidades. Las veces que me he puesto los zapatos casi siempre han sido bajo una mera obligación hacía mí mismo, como la planta que sabes que tienes que regar aunque creas que su color amarillento va bien con la habitación. Últimamente estoy regando más esa planta y dejo que le caiga algo de sol pero sigue siendo el deporte solitario que a la larga se goza discretamente, que examina a uno siempre y cuando no se esté conversando. Luego ha sido volver y he tratado de escribir algo como esto.

No soy  mucho del campo aunque con la ciudad tampoco tengo una amistad que digan que bruto… He aprendido a moverme cautelosamente,  con el respeto que le pones a las cosas con las que no quieres tener problemas. Avezado en ese sentido no soy, no le busco los recovecos, me conformo con su número de parques y el número de bancas que hay en estos, busco donde no puedan molestar los hombres, los pájaros o las mismas palabras y luego, casi siempre, es abrir un libro que casi nunca gozo o bien por el sol o por el viento o por la lluvia o la postura, luego es recordar que leo mejor tumbado, que es más cómodo estirar las piernas y sacarse las medias y así me genero la necesidad de volver y le pongo caducidad  a las salidas. Nunca ha pasado nada extraordinario, razón de más para volver a casa.

Puesto ya en marcha es extraño que el retorno me agrade más que todo lo anterior. En volver hay un regocijo al saber la meta cerca y como que uno retrasa sus pasos porque a diferencia de no saber a dónde iba ahora si sabe dónde tiene que llegar, como que ralentizo todo y empieza la melancolía,  de aquí han salido algunas ideas y frases sueltas que casi nunca encajan en alguna canción.

No soy el mejor acompañante, son muy limitados los espacios que he compartido amablemente de ida o de vuelta. Tropiezo con cosas convencionales, repito preguntas, hago evidente el silencio entre tema y tema, pregunto lo mismo nuevamente y casi siempre transformo el río de una buena conversa en un lago quieto, frío y aburrido sin servicio de botecitos para variar. Conversar se torna en mi sentido como una danza y nunca he sido bueno para bailar. Son contaditas las personas que han sobrevivido a un tema conmigo y que han querido volver por más aunque también he tenido mágicas caminatas, igual de escazas, en las que el tiempo ha volado y no me he percatado a donde tenía que llegar. De estas últimas queda el sabor de sentirse adecuado, de sentirse cómodo y sin medias mucho antes de haber vuelto.

En una salida de tres siempre me he sentido de lo mejor siendo el del costado que escucha, el que la tiene fácil porque no tiene que abrir la boca más que de rato a rato, he visto destazarse con la boca a parejas ante mi atónita mirada y ser parte de debates absurdos sin pies ni cabeza, yo soy el que está atrás para avisar si viene un “hortela” o para buscar palabras que han huido de la punta de la lengua. De esto sale que es preferible una salida justa y solitaria, sin un tiempo de encuentro determinado o sin pensar una excusa tonta por demorar.

Si bien no me son  de agrado las multitudes, es necesario ver a alguien pasar para poder abrir más el campo reflexivo, en pasos ajenos, en efectos de espejo, en notar mientras lanzas una cronometrada inspección a un sujeto para luego sacar las conclusiones que andaba buscando  y  aunque todo esto tiene su precio, el precio maniaco de sentirse solo de cuando en cuando, de ser espectador casi siempre invisible que dialoga para sus adentros y que ríe solo de vez en vez, este es  justo por una reflexión de grueso calibre, por un verso bien logrado, por una idea de saber que escribir cuando por fin se esté sin medias en mitad de un cuarto igual de solitario.

sábado, 24 de enero de 2015

Vida y gracia de un año que pasó (Vibras prósperas de aniversario)

... y así hace un año. El inicio no fue accidentado, no hubo sacrificio mayor pero sí nacieron dudas que ahora son más grandes. Puse la pequeña interfaz y conecté el micrófono, ya había grabado algo mío tiempo antes pero nunca lo había difundido más allá de un par de oídos muy específicos, ¿hacer canciones era difícil? No tanto pues había entrado por puro dolor hace casi una década atrás, escribir no me costaba tanto trabajo como encontrar calles, y  tantear melodías al puro oído era ejercicio de probar y quitar. Era divertido. Ahora que es una necesidad (y luego de un año de probar un camino del cual no conozco más que minúsculas áreas) ya no es diversión específica lo que ocurre al repetir cientos de veces, literalmente, una toma de un par de segundos. Cuando por fin termino no es lo divertido lo que se me asoma por la cansada cara, es la ansiedad la que entra cuando tengo que oír, es la satisfacción de terminar y lo divertido se queda en mirar cómo este tipo (en traje  mañanero de domingo) alza los brazos y grita: “quedó”.


Entonces. ¿Lo hago por pasión o por el número de visitas?, ¿estoy del lado de los que asienten cuando dicen que no necesitan ninguna aprobación?, ¿hago música para mí y me da igual si el contador se mantiene quieto o no? ¿voy a promocionar todo esto y me siento consiente que “mi música” es suficiente como para cambiar el medio o adaptarse a el?, ¿Por qué lo hago si me ha costado más de lo que he tenido nunca, literalmente again, y no he recibido (ni creo recibir) ni una moneda en lo que aseguro que será mi camino por y para siempre? (imaginarme ahora sobre una montaña y una bandera en mi mano derecha), ¿es verdad que se podrá vivir de esto sabiendo que si existe una escena que se autogestióna esta está a más de 200 km del lugar en donde vivo?, ¿creo que algo he logrado en un año soltando canción por canción y no haber tenido ni una sola presentación con el embanderado proyecto?, ¿soy optimista raspando lo idiota o un suicida en caída libre hasta que se estrelle en un sincero análisis interno o hasta que se malogre el pequeño equipo que posee?, ¿creo en los premios que algunos medios otorgan o voy del lado subte sin hacer subte para que los subtes me acepten?, ¿por qué sigo aquí o porque estoy pensando seriamente en quedarme?, ¿seremos ejemplo o burla?, ¿algún día acabaremos en uno de los odiados programas que los músicos mentamos pero vemos?, ¿qué haré el día que alguien reconozca esto, me apunte y con cara sonriente les diga a sus amigos que me saquen la mierda?

Las respuestas entre sinceras y no, no son de enorgullecerme, no creo que haya mérito en una primera canción o en un par de buenos comentarios. La respuesta no cambiará si aumentamos el número de temas y compartimos todo con los amigos que siempre nos palmearán porque son amigos. Si hay algo de orgullo en hacer esto vendrá dentro de mucho, cuando alguien escuche lo que hago y yo note en su expresión lo que a mi me ocurre cuando escuchó la música de la gente que sabe transmitir algo.

El botón play de ciertas canciones cambia mis días y mis decisiones, cambia mi humor y mi aspereza, me hace soportable cuando termina un tema o un energúmeno sádico cuando lo cortan antes de que acabe. He aprendido todo de los buenos maestros, los libros y la música, a estas tres cosas me dedico hace algún tiempo, sin ser bueno en ninguna aun, claro. Así que si el orgullo va a a venir, será el día en que algo de lo que produzco generará un pequeño vuelco en las decisiones de alguien que me escuche. No voy con el mensaje de esperanza y sinceridad, cuento lo poco que veo, mastico mucho algo antes de soltarlo, me enredo en piezas sencillas y acabó llegando muchos días después a una meta imaginaria, cosas buenas debe haber en esto, y Yodísticamente:  identificarse de algún modo alguien debe de, pero falta mucho tiempo, seguiremos soltando todo, bajo los medios que poseo que están en la web, sin lucro y con riesgo a un plagio siendo muy optimista.

Estamos en esto un año y me alegra poder saber que no tengo intenciones de retiro, hay planes cortitos como el de aumentar la pegada sin ser molesto (aunque es un poco tarde para eso), y planes que involucren proyectos de algunos que seguramente están como yo pensando en cómo llevar el hermoso peso de querer hacer algo que con el tiempo sea llamado arte.


Estamos con los síntomas típicos que alguna vez aquejaron y aquejan a cientos de almas que se han ido hacia arriba con trabajo duro y canas en los pelos o como los que se han estrellado y muerto con una sonrisa en la cara. No sé a dónde exactamente quiero llegar, tocar algo en vivo, generar más alcance  o acaso tener impacto en diversos grupos y apostar por algo que recién adquiere forma o que muta como esta bacteria, que es contagiosa, pequeña aun pero que esperemos que se esparza como una gripe antipática. Yo tengo todos estos síntomas, busco unos más. Soy egoísta al querer el contagio y por supuesto que habrá miles de recetas para eliminar lo que se empieza. 



Mientras que algunos oscilan en este medio con hermosas personalidades y decadentes vidas, yo me asomo  a la calle, por una esquina, a verlos de lejitos nomás y aprender de lo que hacen. En eso estamos: en aprendizaje. Esto tiene para rato, un año es poco y hasta ahora no sé que hay más allá. Será seguir en el viaje.

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miércoles, 14 de enero de 2015

De cada quién, de cada cual (Inspección del sueño cliché)



Nos movemos como todo lo que toca morir. Nos morimos con cada paso pero lo hacemos con ganas y algunas veces con estilo. Tratamos de complacernos día con día, nos mantenemos de pie por una promesa, una forma de pensar o un simple sueño que al margen de lo posible crece y crece mientras nuestra vida se va y se va.
Mientras compraba un pasaje para Timbunalaya, sonreía. Abordó  el avión.  Luego de algunas horas de suposiciones y mala comida llegó a esa nueva tierra. Todo lo que hizo en los siguientes días fue adaptarse rápidamente a ese clima frío y con muchas lluvias. Las primeras semanas la sonrisa muy notoria se aparecía en cada lugar nuevo que descubría. Cada momento  pensaba que estaba ya en Timbunalaya hogar de los mejores trapecistas del mundo. El vino a eso, a volar mientras la gente lo veía, a que lo notaran como un astro del aire, a que lo vieran en un espectáculo y le ofrecieran un contrato en algún centro espectacular, a que se lo llevaran por todo el mundo, amigos artistas incluidos,  que brillaría todo luego de tanto esfuerzo. Quería ser feliz mientras los demás abrían la boca para verlo entre piruetas. Años después todo el mundo lo podía ver detrás de aquel módulo de ventas de una de esas gigantescas inmobiliarias de la fría Timbunalaya.


Pudo ocurrir de muchas formas, una mala pirueta, una lesión en una audición  muy a lo Hollywood, tal vez empezó de la mejor manera pero nunca llegaron esos ojos que le ofrecieran el éxito, pudo haber ido con un talento sobreestimado o tal vez nunca llegó siquiera a demostrar lo que quería. Tal vez en una de esas calles, mientras todos andaban tras su vida soñadora o no, se dio cuenta que la sonrisa no se reflejaba ya en las vitrinas, que lo que vino a hacer no era lo que debía hacer, que era un niño y que luego maduraría pero mientras tanto ya estaba allí, así que intentar probar suerte no estaría mal. Tal vez aplazó las fechas. Tal vez tuvo mucho miedo y se mariconeo o tal vez fue tan valiente de aceptar que por dentro no era tan especial como se creía. En  el módulo cerró el portafolios y salió a comer, si fue feliz nadie lo sabe pero se adaptó tan bien que parecía estarlo. Lo dejamos ahí, comiendo una comida rápida, riéndose con los amigos del trabajo, muy Hollywood y todo eso.

No llegamos a saber, casi nunca, si lo que anhelamos está a la par de nuestras habilidades o destrezas, el carácter enorme y lejano del sueño nos nubla la lógica, nos opaca desde lo alto, nos deja una sombra a la que muchos se acostumbran. Nuestros sueños aparecen como una nube que nos inquieta, que nos mueve y motiva, que muchas veces se traga nuestra vida y que algunas pocas se pone a la altura, luego de mucho correteo, para dejarnos subir y hacernos notar que lo que queríamos es demasiado para nosotros o es muy poco; que siempre hay algo de cielo más arriba.

Todos tienen sueños que contar. Todos tienen su perspectiva de esa nube, a todos nos tapa día a día. Algunos de los que ya están arriba nos dicen que es de putamare y que sigamos buscando la forma de subir, otros se han ido tan arriba que lo que dicen suena muy difuso, de vez en cuando vemos descalabradas mágicas y cráneos partidos por una caída estrepitosa. Aun así desde niños todos queremos trepar. Todos vamos a la mala y sacamos pasaje. Luego, contar nuestra historia es por demás irrelevante. Siempre habrá un motivo para empujarte  a hacer lo mismo o para no ser tan idiota. El pasaje para Timbunalaya ya lo he comprado, aún veo mi sonrisa cuando me topo con un espejo mágico, mi historia aún no se pone tan Hollywood que digamos.